miércoles, 12 de agosto de 2015
La marmita de oro
Venid amigos y escuchad, la historia de un pequeño que os quiero contar. Hace mucho, mucho tiempo, en la lejana tierra de Velbosque. Un niño nació en una pequeña aldea, en el seno de una buena familia.
Desde pequeño mostró su buen corazón hacia todas las criaturas y personas que allí vivían, pero al ser una pequeña aldea no había niños de su edad. Por eso su madre cuando se desplazaba a la pequeña ciudad, de Río Grande, para comerciar con el fruto de sus tierras, lo llevaba con ella para que jugase con niños de su misma edad.
El día que nuestro pequeño amigo, Juan, cumplía sus 6 años, sus padres lo llevaron de nuevo a la ciudad para celebrarlo, junto con su pequeña hermana. En la ciudad había un festival de leyendas, gente disfrazada de dríades, hadas, gnomos y demás criaturas de ensueño recorrían las calles para disfrute de niños y mayores. Entre bailes, malabares y recitales de cuentos transcurrió el día en aquella hermosa ciudad. Al anochecer la gente comenzó a reunirse en la plaza central, el teatro de títeres, la atracción más esperada, comenzaba su actuación.
La actuación fue mágica, entre música, fuegos artificiales y una bella narración. La historia allí contada fue una antigua leyenda, la leyenda de la marmita de oro. Según cuenta la leyenda, al final de una tormenta aparece el sol, el cual al iluminar el cielo con sus dorados rayos, y nos muestra el maravilloso y fascinante arco iris. Mágica imagen que esconde un precioso tesoro en su base. Según se cuenta, al final del arco iris se encuentra una enorme marmita llena de monedas de oro, muchos son los que han intentado cogerla pero solo aquellos puros de corazón lo han logrado. El final de la leyenda cuenta que aquel que sea limpio de espíritu y consiga la marmita recibe la visita de un duende que le concede tres deseos.
El tiempo transcurría y llego el tiempo de la lluvia, noche y día el agua caía encharcando calles y casas. Una noche tras más de diez días sin parar de llover, escucho a sus padres hablar en el salón de la planta de abajo. Aun medio dormido y andando con cuidado, se asomo a las escaleras para escuchar mejor. Mientras en el salón sus padres hablaban de cómo al principio la lluvia había sido una bendición, pero ahora tras destruir la mitad de la cosecha no tenían apenas dinero, y que de seguir así tendrían que vender la granja.
El niño lloro por lo escuchado y lamentaba no ser mayor para poder ayudar a sus padres, así estuvo largo tiempo hasta que el cansancio le venció y se quedo dormido. Aquella noche la buena voluntad del niño rasgo la tela que separa la realidad del mundo de los sueños, y las estrellas clamaron al cielo por un poco de paz. Mientras nuestro pequeño amigo soñaba con la leyenda del festival.
Por la mañana, nuestro querido soñador, se despertó sobresaltado, el sol bañaba su rostro y por su ventana el arco iris lucia sus esplendidos colores. Se vistió y salió sin hacer ruido, pues sus padres aun dormían. Corrió hacia su meta, en su mente un solo pensamiento “ayudar a sus padres”. Atravesó el valle, cruzo ríos y subió los montes que lo separaban de su ansiado tesoro. Se sentía cansado, pero pensar en el bien que aria con la marmita le hacía seguir hacia delante.
No sabía cuánto llevaba corriendo, pero ansiaba llegar. En el cielo el arco iris comenzaba a desaparecer, pero antes de desanimarse continuo corriendo aun con más ganas. Cuando al final el cansancio lo arrulló en su regazo y comenzaba a pensar que no lo lograría, lo vio. Al fondo de un arroyuelo algo brillaba, un destello dorado que coloreaba el agua. “Ahora no puedo rendirme, un último esfuerzo y lo lograre”, pensó.
Y así con un último esfuerzo consiguió la marmita, tras sacarla un duende, vestido de verde, apareció sentado sobre una roca de la orilla.
- Buenas pequeño, largo tiempo llevo esperándote. Tu corazón noble me hizo despertar anoche, y desde entonces te espero. Aparte de la marmita sabes que tienes tres deseas, lo que desees.
- No deseo nada, solo quería conseguir esto para ayudar a mis padres.
- Lo sé, pero busca en tu interior y sabrás que pedir- dijo el duende.
Tras pensarlo durante un tiempo, a su mente acudieron los deseos más nobles que su corazón albergaba.
- Ya sé que pedir- dijo el niño con los ojos brillando de alegría- Deseo que todos los que sienten tristeza, encuentren el motivo para ser felices. Que mis vecinos y demás dañados por la lluvia, recuperen lo perdido…
- ¿Y no deseas nada para ti?- intervino el duende.
- No sé si debo, pero me gustaría tener un amigo- respondió el niño agachando la vista.
- En tres días tus deseos se harán realidad, ahora vuelve con tus padres que estarán preocupados.
Sus padres al verlo regresar se alegraron mucho pues su hijo perdido había vuelto y además traía la salvación para toda la aldea, la gente era feliz, muy feliz, y los cultivos en un día se habían recuperado. Los campos que por la mañana eran barro ahora lucían mares dorados de trigo, pero pasaban los días y su tercer deseo no llegaba. Cuando su fe comenzaba transformarse en decepción la puerta sonó, y tras la puerta el duende…
- Como te dije en tres días tus deseos se harían realidad, y aquí estoy yo para ser tu amigo para siempre.
Y así fue como nuestro pequeño hizo feliz a los demás y a él mismo para siempre, jamás nadie más fue triste en aquella aldea.
Así que soñad pequeños, pues todo aquello que deseáis, si lo deseáis de corazón, puede hacerse realidad.
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