jueves, 3 de noviembre de 2016

Relato: Mi lucha (Capítulo IV)


Me giré despacio, la impresión que me causó me dejó inmovilizado. Su expresión era la alegría. Me sonreía cruzado de brazos, apoyado sobre la pared. Su pelo largo tapaba parte de su cara. Me acerqué a él y lo retiré con un movimiento lento. Era muy joven; no obstante, sus ojos mostraban otra edad muy diferente. La luz del ambiente transformaba el color de sus ojos, se alternaban entre negro y morados según los movía. Quedé prendado de su belleza y no dije nada.
Mi rostro, sin embargo, era el de la tristeza. Mi belleza se consumía a la vez que mis sentimientos se distorsionaban. El amor, el odio, el rencor, la ira… me estaban destruyendo. Por un momento, mientras observaba, abrumado, a Gabriel, todo eso desapareció, aunque no tardó en volver.
A partir de ese momento nos hicimos compañeros. Le conté mi historia con Catania, cómo nos habíamos enamorado siendo yo aún humano, y ante nuestro deseo de pasar la eternidad uno al lado del otro, la decisión que me llevó a formar parte de la noche. Le hice participe de todo el proceso, todas nuestras conversaciones, pues era una determinación de la que no podíamos dudar. Y no lo hicimos, todas nuestras palabras siempre encontraban más motivos a favor, y finalmente el gran amor que sentíamos el uno por el otro venció a nuestros pequeños temores. Y ahora estaba solo, sin saber por qué, solo ante una nueva existencia tan complicada. Con unas sensaciones que me hacían sufrir, y dolía tanto que en mí cabía un único pensamiento: tenía que matar a Catania.
Gabriel me escuchó atento, sin interrumpir mi narración en ningún momento. En la expresión que marcaba su rostro pude ver como empatizaba con mi angustia, y en él nació el mismo propósito.

—Uriel, yo te ayudaré a encontrarla, debe morir.

Por las noches nos alimentábamos y, después, dedicábamos todas las horas a buscar a Catania. Nos tumbábamos sobre un tejado, cada vez en una parte diferente de la ciudad y nos introducíamos en todas las mentes humanas que nos era posible. Mientras, conversábamos. Me explicó varias maneras de matar a un vampiro, y fue sincero, me advirtió que sería una tarea bastante complicada pues ella era mucho más fuerte que yo, sus sentidos estaban más desarrollados. Era posible que ella acabara matándome a mí. No me importaba.

Estaba teniendo con Gabriel una conexión que me empezaba a producir cierto grado de felicidad. Con él me sentía seguro, saber que tenía alguien a mi lado, que me apoyaba en esta locura, me reconfortaba.

Comencé a dudar de si Catania se encontraría en la ciudad, tal vez hubiese huido. Aunque casi podía sentirla a mi lado, era una sensación extraña, como si un halo de su ser a veces me rodease, me observase. Al final estaba impregnado de ella, necesitaba que esa sensación desapareciera.

Le pregunté a Gabriel sobre que sucedía cuando convertía a alguien, si podían comunicarse o sentirse. Me explicó que él nunca había convertido a nadie y que de su creador poco recordaba, muchos años habían pasado de aquello. Hacía años que se había expuesto al sol para consumirse, demasiado tiempo pesaba sobre él. Sentí como su voz sonaba rasgada y olvidé aquel asunto.

Permanecimos en silencio un largo rato, yo me olvidé de buscar y por un momento conecté con mi mente dejando atrás los pensamientos de otros. Cerré los ojos y al instante los dedos de Gabriel se entrelazaron con los míos. Le agarré con fuerza y suspiré.



Mi Pluma LMC
















































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