martes, 9 de enero de 2018

La maldición de Caín: Caos: Capítulo 1.





- Recuerde: Tiene que andar recta y elegante, parecer delicada y, sobretodo, sonreír. – Me recordaba Marian, mi maestra y cuidadora desde que nací, haciendo una mueca sonriente como si yo no supiese sonreír.

- Ajá.

- Y sé amable y coqueta. – Añadió apretándome tanto el corsé que no podía respirar.

- Así lo único que voy a hacer es morir asfixiada. 

- Una princesa tiene que ir perfecta. Además, se ha convertido en una mujer preciosa, seguro que el príncipe se volverá loco por usted.

Yo sí que me voy a volver loca. 

Pasaron toda la mañana poniéndome ``perfecta´´. Vestido por aquí, maquillaje por allá, tres personas peinando mi larga y negra melena… Si ya me apetecía bastante poco casarme con un desconocido, esto no lo estaba mejorando. 

Me recogieron el pelo en un moño con tirabuzones. De ropa eligieron un pomposo vestido en color azul y blanco con detalles color plata. Me pusieron algunas joyas, todas de oro blanco, mi favorito. Al menos algo que respetaban. 

Llegó la hora del almuerzo y, con ello, de los últimos preparativos. Ya habían pasado tres meses desde que mi padre nos dejó. Mi madre había viajado con algunos guardias y había conocido a mi futuro esposo. Yo le conoceré hoy y mañana seremos marido y mujer. 

Fui al gran salón donde aguardaba mi madre sentada a la mesa y un menú que yo diría que era demasiado para nosotras dos. Fui a sentarme frente a ella pero negó con la cabeza y señaló la silla que estaba justo a su lado, así que le hice caso y tomé asiento junto a ella. 

Nos sirvieron la comida en los platos y se retiraron.

- Por favor, dejadnos solas. – Les dijo mi madre a todos los sirvientes y guardias allí presentes, los cuáles se retiraron sin mediar palabra.

- ¿De qué quiere hablar, madre? – Sabía que me esperaba una tediosa charla.
- Bueno, como ya sabes, esta tarde llega el príncipe, tu prometido. Por favor intenta…

- Tranquila, obedeceré sus órdenes, madre. Seré simpática y, ¿cómo era? ¡Ah, sí! Elegante y coqueta. – Dije imitando a Marian en un tono burlón. 

Por un momento mi madre cogió aire como si me fuese a reñir de nuevo pero en lugar de eso comenzó a reír. No le veía hacerlo desde la muerte de mi padre, así que eso me hizo sentir bien. 

Comenzamos a comer en silencio, pero la curiosidad pudo conmigo.

- ¿Cómo es?

- ¿No puedes esperar unas horas para saberlo?

- Tengo curiosidad, y casarme con un desconocido no es que sea el sueño de mi vida. 

- Yo me casé así con tu padre y mira, nos fue bien, nos queríamos.

- Eso pasa una vez entre cien mil. 

- Quizás a ti te pase.

- Lo dudo.

- Es muy apuesto, alto y moreno y tiene los ojos verdes. – Dijo mi madre después de unos segundos pensando si decírmelo o no. – También es un chico muy inteligente. 

Asentí, solo asentí. Pensé que me tranquilizaría saber algo de él, pero no fue así. De hecho diría que eso me puso aún más nerviosa. 

Terminamos de comer y Marian vino a por mí junto a más criados. Tenían que hacerme algunos retoques, no era suficiente lo que me habían hecho sufrir ya. 

Una hora. Faltaba una hora. No dejaba de dar paseos cortos por el palacio, dando vueltas de un lado a otro mientras todas las miradas se clavaban en mí. 

Pareció pasar una eternidad hasta que por fin un guardia entró al salón a avisar de la llegada de mi prometido. 

Mi madre me hizo un gesto para que me acercase y Marian para que me pusiera muy recta. Obedecí y fui hasta allí. Nos colocamos frente al portón, una al lado de la otra. 
Divisaba varios caballos y un carro, ya bastante cerca. Me temblaban las piernas. 

Los guardias del príncipe se bajaron de los caballos y dos de los nuestros se acercaron también ha recibirle. Abrieron la puerta del carro y pude entrever la figura de un hombre bajarse. Se encaminaron hacia nosotras. 

Los guardias le tapaban y no podía verle. Traspasaron el portón y lo cerraron. Queríamos la mayor discreción posible. 

Los guardias se apartaron para dejar al descubierto al príncipe Christopher.

Cuando le vi no podía apartar la vista de él, hipnotizaba. Tenía la piel muy blanca, era alto y delgado y vestía muy elegante, pero no encajaba con la descripción de mi madre. 

- Majestad, ¿está usted bien? – Preguntó uno de los guardias.

Miré a mi madre y estaba petrificada, con los ojos desencajados y la piel tan blanca como la de Christopher Edmund. Parecía que quería decir algo pero no le salían las palabras.

- Hola, Charlotte Grace. – Dijo el príncipe tomando mi mano y besándola. Su piel estaba gélida. 

- Encantada, Christopher Edmund. – Hice una reverencia con la cabeza.

- En realidad, alteza, mi nombre es Víctor, un placer conocerla… - Sonrió de una forma un tanto perversa. Le miré por primera vez directamente a los ojos, unos ojos llameantes y rojos como la misma sangre.

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