lunes, 12 de marzo de 2018

La maldición de Caín: Caos. (Capítulo 2)







No entendía absolutamente nada. Aquel hombre debía ser el príncipe Christopher, pero, ¿Víctor? Volví a mirar a mi madre. En ese momento comencé a unir cabos en mi cabeza: era un impostor.

- Gu… guar… 

- ¡Guardias! – Grité por mi madre.

Se apresuraron corriendo. Dos de ellos agarraron a Víctor de los dos brazos, el resto apuntaban con armas, tanto a él como al resto de guardias que se mantenían tras él, y cubrían a sus compañeros. Para sorpresa de todos ninguno de ellos hizo nada. Víctor sonrió de lado y se quedó mirándome fijamente. 

- No te hará tanta gracia lo que venga ahora. – Vacilé.

- No, princesita. – Dijo en tono burlón. – A ti y a tu queridísima madre si que no os va a hacer gracia. 

Tiró de los dos brazos que tenía sujetos y lanzó a los dos guardias como si fuesen muñecos. Ahora yo me encontraba de la misma forma que mi madre. 

- ¡Corran, nosotros les cubrimos! 

Uno de los guardias nos agarró a mi madre y a mí del hombro y comenzó a correr empujándonos. 

Se oían porrazos y gritos. No sabía qué pasaba o quiénes eran, me ponía en lo peor. Todo parecía moverse de un lado a otro. Veía al resto de sirvientes correr a esconderse. Comencé a llorar del pánico, mi madre seguía casi petrificada. 

De repente un gemido sale de la boca del guardia que nos acompañaba y ya no siento su brazo empujándome. Me giro y le veo, aún de pie, con una lanza atravesada poco más abajo del pecho. Empiezo a gritar, casi ahogándome por el llanto. En ese momento mi madre se suma a mi histeria. 

Una mano nos agarra y tira de nosotras. Intento zafarme, pero entonces su voz me calma. 

- Tranquilas, tranquilas. ¡Vamos!

- ¡Marian!

- ¡Vamos, vamos!

Ahora corremos las tres juntas. Nos encerramos en la biblioteca, la sala más cercana al gran salón. Allí había varios sirvientes más. 

Todos preguntaban a la vez, estaban igual de histéricos que nosotras. 

Marian intentaba tranquilizarme, aunque no lo conseguía. 

Sonaban golpes y más golpes y más golpes. Y risas. ¿Quién podía reírse haciendo algo así? ¿Qué clase de seres inhumanos eran? 

- Marian, no puedo más… De verdad, no puedo con esto. 

Me senté en el suelo con la cabeza apoyada en las rodillas. Ella se sentó a mi lado y me abrazó. 

- Tranquila, las protegeremos. Estamos todos aquí. Están atendiendo a su madre y yo estoy aquí, a su lado, todo estará bien.  – Me susurró al oído.

Pasamos un buen rato allí abrazadas hasta que el ruido por fin cesó. Levanté la cabeza, miré la puerta y después a Marian. 

No se oía absolutamente nada. Nos pusimos todos en pie. Nos mirábamos con una mezcla entre miedo y esperanza. 

- ¿Creéis que…? ¿Creéis que se ha acabado todo? 

- Esperemos a los guardias, ellos vendrán a avisar de ser así. – Respondió Marian.
Llaman a la puerta. Todos sonreímos, con miedo aún en los ojos.

- ¿Sí? – Pregunta mi madre con voz temblorosa. 

- Vaya majestad, veo que tiene miedo. 

Vuelvo a oír cómo se ríe y nos cambia a todos la cara. 

- Hace bien. 

En ese momento la puerta sale disparada haciéndose añicos en el aire. Todos retrocedemos y él, junto a otros dos hombres, entran, con paso lento pero decidido, hasta situarse casi en el centro de la biblioteca. 

Mi madre se acerca a Marian y a mí. 

- Marian, protege a mi hija, llévatela. En mis aposentos hay una entrada a una habitación protegida, solo tienes que mover el armario blanco. – Susurra mi madre. 

- Madre, no…

- Hacedme caso. 
- Lo haré. – Contesta Marian. 

- Cubrid a la princesa, a la que será vuestra reina. – Se dirige esta vez a los criados, los cuáles asienten. 

- Pero madre…

- Hija, te quiero, pero tienes que irte. – Me coge la cara con las dos manos y me da un beso en la frente.

- Te quiero, madre. – Le respondo llorando y con apenas un hilo de voz.

Ella sonríe y da la orden de atacar. 

- ¡Ahora! 

Todos se lanzan contra aquellos tres hombres, o al menos parecían hombres. Marian tira de mí hacia la puerta. Observo que uno de ellos va a empezar a perseguirnos, pero Víctor les para y le hace una negación con la cabeza, sin perder esa sonrisa que personalmente me causaba escalofríos. 

Otra vez gritos, otra vez porrazos. Llegamos a los aposentos de mi madre sin problema pero justo al llegar a la puerta vemos a los tres salir de la biblioteca.

- ¡No! ¡NO!

Me ahogo. 

- ¡Vamos!

Marian tiene que tirar de mí varias veces antes de que me ponga en movimiento de nuevo. Cierra la puerta y echa el cerrojo. Corre hacia el armario blanco y lo empuja hasta dejar una puerta al descubierto. La abre y me lleva hasta a ella. 

- Hola, princesa. 

Otra vez esa maldita risa que ya hace eco en mi cabeza. Me giro hacia Marian y veo que se aleja y sujeta la puerta. 

- ¡Marian, no!

- Lo siento, Charlotte, juré protegerte desde el día en que naciste.

Cerró la puerta. La oí colocar el armario en su sitio. 

Quería gritar, quería gritar más fuerte que nunca, pero si lo hacía sabía que todo había sido en vano. 

Sonó un estruendo y recordé la puerta destrozada de la biblioteca, deduje que esta la habían tirado con la misma facilidad.

- Vaya, vaya. Tú no eres la princesa, ¿dónde está?

- A salvo. – Contestó rotundamente Marian.

- Oh, querida, aquí no hay nadie a salvo. Eres muy valiente. 

Se oyen pasos, cada vez suenan más cerca.

- Una pena que vayas a morir. – Dijo en tono burlón.

- Moriré con honor pues. No te tengo ningún miedo. 

Un grito ahogado de Marian zanja la conversación. Se oye otro golpe. 

- Nunca debió decir eso.

Esta vez ríen los tres, como si de una broma se tratase.
Marian había muerto, no me lo podía creer, y todo por salvarme. ¿Habrían corrido los demás la misma suerte? Los guardias, el resto de criados, ¡oh!, ¡Dios mío!, mi madre.
Intentaba no gimotear, pero me era casi imposible, no podía respirar. Me faltaba el aire, me ahogaba. Empecé a ver todo nublado, todo me daba vueltas, me pitaban los oídos y gotas de sudor frío resbalaban por mi rostro. 

- Víctor. – Se suma una cuarta voz. – Fuera todo limpio, ¿nos vamos?

- Sí, vámonos. 

Se escuchan muchos pasos alejándose. Permanezco allí, mareada, y me voy recobrando poco a poco. Escucho fuera los caballos retirarse, forman un gran bullicio al irse.

Alguien entra en los aposentos, por fin me iban a sacar de allí.  

Oigo como arrastran el armario y la puerta se entreabre. La empujé con una mano.
 
 - Hola, princesita.

Inhalo y se me corta la respiración. 

- Víctor.



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