Las sombras de su cuarto habían cobrado vida, cientos de ojos rojos lo
observaban desde las esquinas, un chirrido y un golpe, ruidos que
reafirmaban su presentimiento de que habían venido a por él. Con gran
rapidez se cubre la cabeza con la sabana, pobre insensato, la tela no lo
salvara de los horrores que afuera aguardan. Se estremece al oír otro
ruido, siente como algo le atrapa la pierna. Grita con todas sus fuerzas
y una luz enciende el pasillo. Su madre asoma a la puerta, ya paso
todo, ya puede quedarse tranquilo. Nada era lo que parecía, aunque algo
sigue siendo extraño, en el armario hay unos ojos que brillan.
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