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miércoles, 21 de junio de 2017

Colaboración: Última Llamada. Una Historia de Amor (Capítulo V)



Me limpio las lágrimas con el embozo y luego te cierro los ojos. Qué es la vida. No lo sé. Solo algo que se acaba. Pero los sueños no tienen por qué terminarse.

Tus ojos parecían tranquilos y, con la luz de la ventana, hasta un poco alegres. Pero tenían ese punto, inquietante, que debe dar la muerte. El último susto. O la última sorpresa. Cuando descubres el más allá. Que nadie sabe cómo es. Aunque tú ya lo sabrás.

No creas, casi te envidio. Pero ahora, mi amor, tengo que avisar al Samur. Porque la vida aquí continúa, y hay papeles y cosas. Y tendré que llamar también a Ángel y a Pilarín.

He buscado el teléfono inalámbrico que debía reposar en mi mesilla. Pero en ella solo estaba el soporte. A lo mejor se quedó anoche en el baño, parece que te oí hablando en él con Pilarín. Todas las noches tienes que hablar con Pilarín. Y contaros todas las cosas. Qué distintos somos los hombres de las mujeres. Nosotros somos reservados, acumulativos, y descargamos lo que llevamos dentro, solo de vez en cuando, de forma impulsiva y hasta violenta, debe ser cosa de la testosterona. Pero vosotras necesitáis, cada día, y varias veces, sacar afuera todas las cosillas que se van adhiriendo en el interior, limpiar las cañerías del alma. Y eso lo hacéis hablando y hablando sin parar. Como esa música interminable que nunca se acaba.

Pensaba en esto antes de entrar en el baño a buscar el teléfono. Entonces me he girado desde el quicio de la puerta y te he mirado desde allí de nuevo. Y lo he visto. El teléfono, quiero decir. Asomaba bajo un pliegue de la colcha, apresado, todavía, por tu mano exhausta, vencida, al otro lado de la cama.
Y me ha subido un golpe de cariño, veloz, por mi garganta. Y se ha quedado ahí, hecho un nudo que no me deja hablar, ni tragar, ni casi moverme. Y yo no dejo de pensar en cómo fue, en cómo debió ser. Cuando intentaste llamar por teléfono.

No quisiste despertarme cuando te encontraste mal. Y creo, aunque me duela, porque me hubiera gustado ayudarte, que hiciste lo correcto.

Lo primero, siempre, tiene que ser avisar al Samur. Sin perder un solo instante. Como hiciste aquella vez que te pusiste malísima. Yo tengo mal despertar, lento y descoordinado. Y hubieras perdido unos instantes preciosos. Además nunca te gustó interrumpir el sueño de los demás, que es algo sagrado e íntimo, como tú siempre decías. Tal vez porque tampoco te gustaba a ti que se te interrumpiera el tuyo.

Colaboración de: Francisco Rodríguez Tejedor.

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