Puedes enviarnos tus aportaciones a la dirección de correo: Ciudadetinta@outlook.es . Agradecemos vuestro tiempo y comentarios, entre todos formamos esta ciudad de tinta que pronto se convertirá en una urbe.

NO RESEÑAMOS NOVELA ERÓTICA, lamentamos las molestias.


domingo, 14 de febrero de 2016

Lucy: Capítulo 1: El viaje.



Capítulo 1: El viaje.

- ¡Lucy, Lucy! – Gritó mi padre aporreando la puerta de mi habitación. – Despierta, Lucy, hay que irse. El tren sale en tres horas.
Me giré para ver el reloj. Las seis de la mañana. Maldije de todas las formas que sé hacerlo.
- Voy, papá. –Dije desde la cama estirando mi cuerpo debajo de las sábanas.
-Está bien, no tardes.
Mi padre se alejó hacia el salón refunfuñando. No oía lo que decía pero desde luego no estaba de buen humor. Desde que mi madre se fue estaba algo susceptible. No quería discutir, así que me levanté, metí mis pies en las zapatillas y caminé arrastrándolos hasta el salón, donde mi padre me tenía ya preparado el desayuno. En la mesa había una bandeja con café, galletas y un zumo de naranjas. Retiré una silla y me dejé caer. Me quedé un buen rato mirando un punto fijo en la pared hasta que mi padre me interrumpió.
- Lucy. Lucy… ¡Lucy! – La voz de mi padre hizo que me asustara y diese un salto en la silla.
- Papá, no grites. – Me quejé.
- Llevo un buen rato llamándote. – Estaba apoyado en el marco de la puerta que lleva a la cocina. Es un hombre tan alto que casi rozaba con su cabeza en la parte superior.- Estás ahí, mirando a la nada. Hay mucho que hacer, Lucy.
Puse los ojos en blanco y asentí con la cabeza. Me tomé el desayuno en silencio. Terminé, recogí todo y fregué los platos, vasos y cubiertos de esa mañana. Una vez terminé  todo me metí en la ducha. Me duché tan rápido como pude, no quería oír más quejas. Salí del baño y me vestí con algo simple y cómodo, pantalón vaquero, una camiseta y unas bambas. La verdad que no me gusta complicarme. Claramente, la moda nunca ha sido lo mío. Preparé un par de maletas con las cosas más necesarias, el resto nos la llevaría el camión de mudanzas en unos días. No quería imaginarme lo que sería vivir en un lugar distinto a Madrid, yo había nacido allí. Mi padre no, él es gallego. Conoció a mi madre cuando vino a trabajar por unos meses aquí y se enamoró de ella, así que decidió mudarse. Tras irse mi madre, mi padre decidió volver al pueblo donde había nacido, Foz. No quería irme. No se me da muy bien hacer amigos, de hecho solo tenía dos, y me tenía que ir lejos de ellos. Suspiré ante la idea, pero no tenía opción. Pensaba que cuando fuese mayor de edad encontraría trabajo en Madrid, como mi padre, y podría regresar. Sonó el timbre y escuché a mi padre pasar por delante de mi habitación para abrir la puerta.
- Voy. – Gritó mi padre apresurándose a abrir.
- Hola, Martín.
Enseguida reconocí la voz de mi amiga, Claudia. Salí corriendo hacia la puerta y la abracé.
- Pero… ¿Qué? ¿Qué haces…? –Balbuceé entre risas sin saber que decir.
- No pensarías irte sin despedirte, ¿verdad? – Refunfuñó Claudia.
Me pasó una bolsa que sostenía en una de sus manos. La cogí y miré a Claudia con el ceño fruncido.
- Es un regalo… -Se aclaró la voz y sus ojos se volvieron vidriosos. – De despedida. – Terminó la frase.
La abrí y en el interior vi un peluche, que sostiene un marco de foto entre sus manos. Lo saqué de la bolsa para verlo mejor. La foto era del último camping que hicimos Claudia, Sergio y yo.
- Claudia, me encanta. – Intenté no llorar, pero se me acabó escapando una lágrima. – Gracias y, por cierto, ¿dónde está Sergio?
- Sus padres no le han dejado venir, aún sigue castigado por los seis suspensos. – Rodó los ojos.
- Me hubiese gustado despedirme de él también. Dale las gracias de mi parte.
Claudia asintió y nos dimos un último abrazo. Al final acabamos las dos llorando. Mi padre se aclaró la garganta a modo de aviso, ya que nos estábamos excediendo de tiempo, así que nos despedimos y me fui a terminar las maletas. Metí el nuevo peluche en una de ellas y una vez terminadas las llevé a la puerta y me coloqué una sudadera. Faltaban tres días para navidad y era la primera vez que pasaba las fiestas sin mi madre y lejos de mi ciudad. Intenté no pensar en ello. Miré a mi padre mientras revisaba que estuviese  todo en orden y se acercó a mí sin decir nada. Salimos de la casa, y fuera esperaba su amigo para acercarnos a la estación. Entre los dos metieron todas las maletas en el coche y yo tomé asiento en la parte de atrás, mientras que mi padre ocupó el del copiloto. Hugo, el amigo de mi padre, no paraba de hablar. Parecía no cansarse nunca. Estaba inmersa en mis pensamientos cuando escuché que Hugo me estaba llamando.
- Hey, Lucy. Te irás a vivir al pueblo donde vive tu familia. ¿Estás emocionada? ¿Nerviosa? ¿Preocupada? ¿No te da pena irte?
Siguió haciendo preguntas, casi pisando una con otra, no sabía que se podía estar tanto tiempo sin respirar. Resoplé deseando llegar a la estación.
- Te veo algo tensa. – Siguió con su monólogo a pesar de que le ignoraba. – Es que acaso… ¿Dejas a tu novio aquí?
Mi padre miró a su amigo entrecerrando los ojos. Es de los que piensa que quince años aún no son suficientes como para tener novio. Para mi sorpresa Hugo cerró el pico.
- Gracias, papá. – Pronuncié esas palabras con en tono burlón, a lo que Hugo me mira por el espejo retrovisor.
- Tú tan simpática como siempre, te pareces a tu padre.
El resto del viaje lo hicimos en silencio. Por fin llegamos a la estación. Sacamos las maletas del coche, mi padre y su amigo se despidieron y nos fuimos directos al tren. Subimos, dejamos las maletas en el portaequipajes y ocupamos nuestros asientos.
- Lucy. – El tono de mi padre era mucho más relajado ahora y podía ver la pena en sus ojos.
- Dime, papá.
- Tú no quieres irte, ¿verdad? Lo he fastidiado todo, tú eres feliz aquí…
- Papá. – Le interrumpí. – También estaré… bien allí. – Preferí omitir la palabra feliz.
- ¿Segura?
- Segura. –Asentí con la cabeza.- Allí estaré con los abuelos y veré a la familia, hace bastante que no la vemos. – Fingí la sonrisa porque no quería hacer sentir mal a mi padre, se que él necesitaba irse.
- Gracias, Lucy. – Rodeó mi cuello con su brazo y se acercó a darme un beso en la cabeza.
El viaje fue tranquilo. Mi padre y yo éramos personas de pocas palabras así que hablamos lo justo y necesario. Comimos en el vagón restaurante y después nos pusieron una película bastante mala, así que cerré los ojos y el sueño me pudo.
- Cariño. – Mi padre sacudió mi hombro, lo que me hizo despertar. – Nos bajamos en la próxima estación.
Dije algo que ni yo misma entendí. Bebí un poco de agua de la botella que mi padre había comprado e intenté espabilarme. Cuando por fin llegamos a la parada cogimos las maletas y bajamos del tren. Mi abuelo nos esperaba allí. No pasaba desapercibido ya que era casi igual de alto que mi padre, solo que mucho más robusto. Los años tiñeron su pelo y su barba de un color totalmente blanquecino, dejando atrás su pelo rubio. Sus ojos azules relucían desde mi posición al lado de la puerta del tren. Mi padre era una viva imagen de mi abuelo cuando este tenía su edad. Yo, sin embargo no me parecía a ellos. Mi pelo  negro y mis ojos de color miel eran herencia de mi madre. Corrí a abrazarle. Hacía meses que no le veía. Me abrazó muy fuerte, levantándome del suelo. A pesar de su edad era bastante fuerte.
- Hola, cariño. Te he echado mucho de menos. – Me puso de nuevo en el suelo y se agachó para darme un beso en la frente.
- Y yo a ti, abuelo. 
Mi padre le abrazó también y mi abuelo tomó una de mis maletas. Nos dirigimos a su coche, un viejo 4x4. Dejamos las maletas en el maletero y mi abuelo nos llevó hasta su casa, donde nos esperaba mi abuela. El camino en coche se me hizo bastante corto. Miré cada sitio por el que pasábamos, ya que no recordaba mucho de por allí. Los últimos años eran mis abuelos los que se desplazaban a Madrid.
- Mira Lucy, ese será tu nuevo instituto.
Seguí el dedo de mi abuelo con la vista para echarle un vistazo al que sería a partir de ahora el lugar donde pasaría cada mañana estudiando. Era bastante pequeño en comparación con mi antiguo instituto, pero al menos podría despedirme de mi horrible uniforme gris y no tendría que lidiar con tanta gente desconocida. Hice una mueca de desagrado ante este último pensamiento. Estos días había tenido tantas cosas que hacer que no había pensado en tener que conocer a la gente del pueblo y mucho menos, a mis nuevos compañeros. Me aterraba la idea. Mi abuelo se tuvo que dar cuenta e interrumpió mis desagradables pensamientos.
- No te agobies. Al principio es duro, pero te acabas acostumbrando. Ya verás que en unos días todo te parecerá mucho más fácil.
Sonreí. Pues sabía que me veía por el retrovisor. Mi abuelo es mucho más charlatán que mi padre, al igual que mi abuela. En eso él no se parecía a su padre, aunque yo sí al mío. Llegamos a la puerta de la casa de mis abuelos y este tocó el claxon dos veces. Mi abuela salió a la puerta. También tenía el cabello cubierto de canas, solo que las de ella eran más grises que las de mi abuelo. Recogía su melena en un moño, como había hecho siempre. Me bajé del coche y fui hasta donde se encontraba ella para abrazarla.
- Bienvenida a tu nuevo hogar. – Mi abuela siempre tenía una sonrisa en la cara. Era la persona más amable que he conocido nunca.
- Gracias abuela.
Mi padre llegó con dos de las maletas y mi abuelo portaba la otra. Se saludaron y entramos a la casa. Mi abuela ya había preparado la merienda. Había hecho tarta de manzana y había preparado tres cafés para nosotros y un té para ella. Nos acomodamos en el salón y merendamos mientras nos poníamos al día, después de tanto tiempo, había mucho que contar. Poco a poco, entre risas y charlas se fue haciendo de noche. Mi abuela corrió a la cocina a preparar la cena al percatarse de la hora que era, y yo fui a ayudarla. Hacía mucho frío así que decidió hacer caldo con verduras. Estuvimos un rato en la cocina y servimos los platos mientras mi padre ponía la mesa y mi abuelo veía la tele con una cerveza en la mano. Cenamos de la misma forma que habíamos merendado. Hablamos de mis estudios, del trabajo de mi padre, de cómo les iba a mis abuelos por allí y, por supuesto, de la marcha de mi madre. Fue cayendo más la noche y empezaba a dormirme en el sofá.
- Niña. –La voz de mi abuelo era grave y algo ronca, pero aún así sonaba dulce y tranquila. – Vete a dormir ya.
Me levanté de forma torpe, di las buenas noches y me fui al cuarto donde dormiría hasta que mi padre encontrase una casa para nosotros. Me dejé caer en la cama y me quedé dormida con la ropa puesta.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario