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jueves, 18 de febrero de 2016

Lucy: Capítulo dos.



Capítulo 2: Foz.


Al día siguiente me despertó mi abuela. Me levanté de la cama y fui hasta la cocina donde me tenía preparado el desayuno. Mi abuelo había salido a caminar como hacía cada mañana. Desayunamos juntas sentadas en el viejo sofá del salón.
- Oye, Lucy. – La voz de mi abuela sonaba dulce y tranquila. Dejé la cuchara en el cuenco de cereales y terminé de masticar.
- Ajá. –Me limité a decir.
- Verás, como sabes, dentro de dos días es navidad y haremos aquí la cena. Hace años que no decoramos la casa puesto que siempre íbamos a Madrid en estas fechas.
Desde que mi padre se fue a vivir con mi madre a Madrid siempre hacíamos allí la cena de navidad y año nuevo. Hacía años que no las hacían aquí, por lo que entendía la emoción de mi abuela de volver a tener la casa llena de luz y, sobre todo, de su familia.
- ¿Quieres que te ayude a decorar la casa? – Mi abuela asintió.
- Me gustaría poner el árbol y algunas luces, pero yo sola no puedo.
- Está bien.
Mi abuela se levantó y fue hasta un cuarto que usaban para guardar herramientas, cajas y cosas que apenas utilizaban y que, claramente, no entendía por qué las seguían guardando. ‘Cosas de abuelos, supongo’ me dije a mi misma. Yo mientras tanto seguí con mi desayuno. Me llevé a la boca la última cucharada cuando ella apareció con una caja y dos bolsas. Me levanté a ayudarla. Cogí la caja y la apoyé en el suelo para sacar el árbol de dentro. Las otras dos bolsas contenían los adornos y las luces. Sacamos todo, dejando el salón embarullado y nos pusimos manos a la obra. Entre las dos montamos el árbol y lo adornamos sin decir más que lo bien que quedaba ``esto´´ o donde pondríamos ``aquello´´. Lo colocamos en una esquina del salón, justo al lado de la enorme chimenea, que ahora se hallaba apagada. Mi abuela lo miraba con un brillo especial en los ojos, como si añorase los años anteriores, antes de empezar a viajar a Madrid.
- Ha quedado bastante bien. ¿No crees, abuela?
- Así es. - Ella sonreía emocionada. -Hará falta una escalera para poner las luces de la balda que está arriba de la chimenea.
- Iré a por ella.
Fui hasta el mismo cuarto donde ella había entrado rato antes y saqué la escalera. La acerqué hasta la chimenea, la cual mi abuela adornaba con unas luces por encima, así que esperé hasta que ella terminó y la abrí para subirme y llegar a la balda que mi abuelo tenía llena de libros. Me subí hasta casi el último escalón y mi abuela me pasó las luces y las coloqué por el filo, sin tocar los libros o mi abuelo me mataría. Acababa de terminar cuando alguien entró en casa.
- Pero, ¿qué hacéis? – Mi padre me miraba desde la puerta, dejando que esta se cerrara detrás de él.
- Pues creo que es bastante obvio, papá. – Bromeé bajando de la escalera.
- Que graciosa eres, chica.
- ¿Dónde has ido? – Fui hasta donde se encontraba él y le abracé.
- He salido a buscar trabajo.
- ¿Cómo ha ido?
- Bastante bien, creo. En una empresa me han dicho que me llamarán esta tarde para hacer una entrevista.
- Eso está bastante bien.
Mi padre echó un vistazo al salón.
- Será mejor que recojáis todo esto antes de que llegue el abuelo.
Recogí todo el salón mientras mi abuela preparaba el almuerzo para los cuatro. Una vez estaba todo en orden subí a mi cuarto. No estaba acostumbrada a subir y bajar escaleras cada vez que tenía que ir hasta el, lo cual me daba bastante pereza. Cogí ropa limpia y fui a darme una ducha. Me puse unos vaqueros negros, una camiseta y una sudadera de mi grupo favorito, ‘Nirvana’, y, por supuesto, mis bambas. Sequé mi pelo con el secador, no tardé mucho puesto que lo tenía por los hombros, y peiné mi flequillo hacia el lado derecho, como de costumbre. Hice tiempo en mi cuarto hasta la hora del almuerzo. Mi padre me llamó desde el salón. Cuando bajé ya estaba la mesa puesta y la comida servida. Mi abuelo, sentado en una silla, leía el periódico.
- Menos mal que te dejas ver. – Gruñó.
- No te había oído entrar. – Le di un beso y me senté en el sofá, junto a mi padre. Enfrente, en otra silla, estaba mi abuela.
Comenzamos a comer con el televisor apagado. Yo comía mirando fijamente mi comida y lo único que se podía oír era el tintineo de las cucharas pegando en el plato, hasta que mi abuelo rompió el silencio.
- ¿Quieres ir esta tarde a ver el pueblo? Con el tiempo que hace que no vienes seguro que no recuerdas nada.
Dudé por un instante pero al final asentí sin decir nada. ¿Quería ir a un sitio donde no conocía a nadie y donde me mirarían como a un bicho raro como hacían todos? No, por supuesto que no. Sin embargo, creo que me vendrá bien saber donde está cada lugar y no quiero rechazar la oferta de mi abuelo, puesto que hasta ahora no hemos pasado mucho tiempo juntos. Así que terminé de comer y ayudé a mi abuela a fregar. Mi abuelo me esperaba ya en la puerta, pues esperar no era lo suyo. Cogí mi mochila y nos fuimos. Mi abuela y mi padre se quedaron en casa. Caminamos durante un rato que se me hizo eterno. Mi abuelo me llevó a varias tiendas, al parque donde solía ir a caminar y a algún que otro sitio. Pasamos por una librería y le pedí a mi abuelo entrar. Él aceptó sin reprochar, pues compartía afición con él, así que aprovecharía también para mirar algunos libros. Nos adentramos en aquella librería, pequeña pero acogedora, con estantes de madera y un mostrador situado justo frente a la puerta. Al entrar, un señor mayor salió a aquel mostrador.
- Hombre, Alfonso. ¡Cuánto tiempo sin verte por aquí!
El dependiente salió a darle la mano.
- Un gusto estar de nuevo por aquí. Mi nieta quería mirar libros. –Me señaló con la cabeza.- Y ya aprovecharé para comprar alguno yo. –Esbozó una sonrisa a penas notable con su espesa barba blanca.
- ¿Y qué estás buscando? – El hombre, al parecer amigo de mi abuelo, dirigió la mirada hacia mí.
- Ningún título en particular. Algo de ciencia ficción o terror. – Las palabras me salían a trompicones ya que no me era nada fácil hablar con desconocidos.
- No te preocupes, le pediré a mi nieto que busque algo. Yo de esas cosas no entiendo mucho, entiendo más de novela clásica. – Soltó una pequeña carcajada y se volvió a mirar el mismo lugar del que había salido él. - ¡Álvaro!
‘Álvaro’ ‘Álvaro’ ‘Álvaro’… Su nombre se repitió en mi cabeza una y otra vez como si fuese el eco de aquel señor. Si me ponía nerviosa hablar con él, ni si quiera podría hablar con su nieto. Por un instante estuve a punto de salir corriendo, pero las piernas no me respondían. Entonces salió Álvaro y yo me quedé petrificada, mirándole, sin saber que decir.

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