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lunes, 8 de agosto de 2016

Colaboración: La Botella de Agua

Faltaban pocos minutos para las tres de la mañana cuando desperté con sed. Estiré la mano derecha en la oscuridad buscando la botella de agua que suelo tener para casos como éste pero no la encontré, en cambio manoteé el vacío hasta que sentí el frío tacto de la madera de la mesita de luz. Intenté cerrar los ojos y seguir durmiendo pero fue en vano, mi cuerpo me pedía a gritos un poco de agua.


Me levanté algo molesto y ni siquiera me puse las pantuflas. En medias, iba caminando por el pasillo que lleva hasta la cocina y prendí la luz, todo con una exagerada lentitud y acompañado de bostezos en intervalos casi regulares. Cuando sujetaba la manija de la puerta de la heladera, escuché a mis espaldas un ruido similar al que hace una silla cuando la arrastran contra el piso. Me di vuelta de inmediato y pude ver que las cuatro sillas estaban en su lugar junto a la mesa. Le adjudiqué el hecho a mi imaginación, ya que aún estaba algo dormido y seguramente mi mente me estaba jugando una mala pasada. Abrí la heladera y agarré una botella de agua bien fría. Mientras la destapaba me quedé a oscuras de golpe. Si bien ya comenzaba a asustarme mi mente me tranquilizó, dándome la premisa de que no era más que un apagón. Para entonces mis bostezos se habían detenido totalmente y estaba bien despierto, pero de todas formas debía volver a dormir así que a tientas me dirigí hacia mi habitación. Imprevistamente me choqué de bruces contra la puerta de la cocina, la cual estaba cerrada a pesar de que recordaba claramente haberla dejado abierta, y tiré al piso sin querer la botella de agua. De hecho, no tengo la costumbre de cerrar esa puerta y las veces que lo hice podrían ser contadas con los dedos de una mano. Atrás mío volvió a escucharse el mismo ruido de hacía unos instantes, pero esta vez eran tres o cuatro sonidos en simultáneo, como si todas las sillas de la cocina se estuviesen moviendo. Mi corazón latía rápidamente. Con una mano intentaba abrir la puerta de la cocina mientras que con la otra accionaba repetidamente el botón de la luz, al tiempo que el frío líquido en el piso mojaba mis pies. 

La electricidad no respondía y el ruido de las sillas continuaba, haciéndose cada vez más fuerte, a tal punto que el chillido de la madera deslizándose sobre las baldosas del piso me resultaba insoportable. Me alejé unos pasos de la puerta y anteponiendo mi hombro derecho empecé a empujarla, tratando de abrirla por la fuerza. La otra opción que tenía era la puerta que llevaba al patio, pero se encontraba exactamente del otro lado de la cocina y para llegar a ella tenía que pasar justo al lado de la mesa con las sillas que bailaban solas en la oscuridad. Di un par de empujones más y de pronto volvió la luz, duró encendida unos segundos y se volvió a apagar. Alcancé a ver con espanto que las sillas realmente se movían y que no era un ruido imaginado por mí. Pegué la espalda a la pared y me quedé inmóvil sin saber qué hacer. La luz apareció una vez más pero comenzó a titilar y la cocina ahora se iluminaba y oscurecía alternativamente. Se sumó también un ruido metálico, como si los cubiertos estuvieran saltando dentro del cajón de la mesada.

La situación era desesperante, estaba temblando de miedo. Reuní todo el valor que pude encontrar adentro mío y corrí hasta el otro lado de la cocina. Pasé por al lado de la mesa y una de las sillas me golpeó, haciendo que tropezara y perdiera el equilibrio, cayendo hacia un costado y chocando contra la mesada. Me repuse y continué hasta llegar a la puerta que conectaba con el patio y para mi sorpresa pude abrirla al primer intento. Iba a salir pero me detuve por completo al ver una silueta negra en el umbral cortando mi paso. Parecía ser una sombra o humo ya que era bastante difusa, pero poco a poco comenzó a tomar forma. La luz dejó de titilar y quedó encendida. El ruido en el interior de la cocina se detuvo. Retrocedí instintivamente sin sacarle los ojos de encima a aquella cosa. Parecía que la silueta avanzó hacia el interior y la luz se fue de nuevo, dejándome a oscuras en la cocina iluminada débilmente por la fría luna. No alcanzaba a ver la misteriosa figura pero escuché pasos desde su posición hacia mí.

Retrocedí de espaldas hasta llegar a la heladera. Temblando junté mis manos, cerré los ojos y me puse a rezar. Durante unos segundos no escuché nada más y tuve la esperanza de que me había salvado, de que todo se había detenido. Entonces abrí los ojos y vi a la figura parada a apenas unos centímetros de mi rostro. Grité como nunca antes en mi vida y creí que se abalanzaba sobre mí, pero se convirtió nuevamente en humo y desapareció. Desde entonces, la casa se mantiene en un extraño y desagradable silencio, llenándose de polvo poco a poco como si estuviese abandonada. No volví a ver a la oscura figura, ni tampoco alguna otra presencia sobrenatural. De hecho el único ser que está encerrado acá parece que soy yo.

 
Colaboración de Jesús Nieto Urbina

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