Cuando llegué Gabriel estaba sobre Catania, sujetándola. Yo portaba en mi mano derecha la estaca, los miré allí tirados en el suelo y apreté con fuerza la madera que descansaba en mi mano.
—Gabriel apártate, ya estoy aquí —dije en un tono seco, gritando.
Gabriel se retiró y yo me avalancé sobre Catania clavando aquella punta afilada en su corazón. Al tiempo grité:
—¿Por qué Catania? ¿Por qué? Yo te amaba.
Ella sólo dijo:
—Porque eres mi utopía.
Y agarró mi cabeza para girarla y clavar sus colmillos en mi cuello. Bebió de mí como hacía cuando aún era mortal y en ese momento nuestras mentes se volvieron una, nuestro sentir permutó, me mostró todo lo que yo desconocía, respondió a mi pregunta: “¿Por qué Catania? ¿Por qué?”.
Sus sentimientos hacia mí eran verdaderos pero, ¿y los míos hacia ella?, ¿eran reales? Estaba prohibido que un vampiro convirtiese a un humano por amor. El vampiro tenía un poder de persuasión ilimitado, en parte inherente, en parte deseado. Cómo diferenciar, cómo saber, ¿ella me obligaba a amarla o mi amor era voluntario? Sentí su miedo, su confusión, su desesperación.
Finalmente Catania se dejó llevar, olvidando las normas, descuidando su responsabilidad sobre mí. El amor la cegó y cuando fue consciente de lo que había hecho, ya era tarde. Si alguien descubría su secreto ambos estaríamos condenados a muerte. Estaba prohibido, prohibido porque no podía saberse hasta que la transformación fuera completada si el amor hacia el vampiro era cierto. Muchos humanos habían sido condenados a la noche por algo que en realidad no sentían, por un ensueño vampírico.
Todos los bebedores de sangre lo sabían. Nunca por amor.
Yo descubrí todo en ese instante, ella me amaba, y Catania pudo sentir que todo lo que habíamos construido era real, que no había sido su poder el que había generado mi atracción hacia ella.
La vida de Catania se consumió entre mis manos. La abracé con fuerza. Lamenté haber creado ese odio dentro de mí, un odio que tan sólo era amor pero que me llevó a destruir lo que más quería. Derramé mis lágrimas sobre ella.
“Todos los bebedores de sangre lo sabían. Nunca por amor”.
Solté a Catania y en un rápido movimiento arranqué la estaca de su corazón y se la clavé a Gabriel que permanecía unos pasos por detrás de mí. Mordí su cuello para que pudiese percibir todo el dolor de Catania, todo mi dolor. Y vi su realidad. Gabriel, el encargado de hacer cumplir la ley. Gabriel, cruel Gabriel, que hiciste que fueran mis propias manos las que sentenciasen.
“Porque eres mi utopía”.
Mi Pluma LMC
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