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viernes, 22 de julio de 2016

Boulesis (Día 1)


Escribo porque siento que es la única forma de ser tomada enserio.
Escribo porque siento que así alguien me escucha, de alguna forma.
Escribo porque no sé cuanto tiempo más podré aguantar siendo quien no soy.
Escribo porque así, quizás, llegue a comprenderme a mi misma.

Es extraño, ya no soy quien creía ser. Me he dado cuenta poco a poco de que hay algo más en mi, algo que aflora cuando menos lo espero, algo que no conozco... Lo que más me inquieta es no comprender ni yo misma las cosas que idea mi mente.
Puede que no sea más que el producto de mi imaginación, puede que me esté volviendo loca...

Desde que vine a vivir sola por razones de estudios, las cosas han ido empeorando. Cada vez salgo menos a la calle y creo que pasar tanto tiempo sin tomar contacto con nadie no es bueno.
Hoy decidí llamar a mi mejor amiga, pero no me cogió el teléfono, fue una de esas veces que sientes que estás sola en el mundo.
Después de ese incidente y tras tantos días encerrada, decidí salir a la calle. Abandoné mi habitación que estaba situada en una especie de sótano de un edificio y, nada más abrir la puerta, me encontré con el estrecho pasillo que me llevaba a unas escaleras hacia la parte superior. Recorrí el pasillo inquieta, con una sensación extraña que me hacía sentir algo parecido a una presencia a mi espalda, pero no estoy segura... Hace ya tiempo que no siento ningún tipo de presencia.
Llegué a la puerta metálica que me separaba del piso de arriba y la abrí cuidadosamente. Cuando pude mirar a través de ella vi el portal del edificio, la puerta de cristal que daba a la calle dejaba entrar demasiada luz para mi gusto. Sí, hacía tiempo que no veía la luz, pues mi habitación carecía de ventanas o algún otro tipo de contacto con el exterior.
Cuando mis ojos se acostumbraron a la claridad, miré a través de la puerta. A pesar de ser sorprendida por la luz, fuera estaba el cielo nublado con pequeños indicios de tormenta, pero lo que me parecía más inquietante aún: no había nadie.
No había nadie por las calles, el bar de la esquina permanecía cerrado, las ventanas de la pastelería de enfrente estaban cubiertas por una cortina metálica... Comprobé mi reloj, marcaba las 18:56. Era una hora normal, la gente suele salir de casa a esa hora ¿no? Estaba sola y sentía miedo, mucho miedo.
Bajé corriendo a mi habitación, hice caso omiso del ruido metálico que la puerta del otro lado del pasillo hizo tras de mi, hice caso omiso también de la 'presencia' del largo pasillo de paredes blancas y entré en mi habitación.

Mi habitación no era del todo una habitación. Tenia lo básico: un pequeño salón con una televisión que no funcionaba (y me prometí a mi misma arreglar), una cocina que se comunicaba con el salón, una habitación pequeña con un escritorio, y un baño demasiado pequeño para mi gusto. No me llega el presupuesto para mucho más...
Quizás debería haber aprovechado las vacaciones de otra manera, quizás cuando empiecen las clases de nuevo en la Universidad, todo vuelva a su cauce, quizás, y solo quizás, todo ésto sean imaginaciones mías... Miré el portátil que ocupaba un espacio de mi escritorio. Me eché en la cama y seguí observándolo por un rato, pensativa.
"Mañana... Mañana lo encenderé e intentaré contactar con alguien...", me prometí a mi misma.

No recuerdo mucho más, pues entre el silencio sepulcral que inundaba mi habitación, percibí el suave chispear de la corriente eléctrica que recorría el cable copulativo del enchufe y la lampara que iluminaba la estancia. Y fue con ese dulce indicio de movimiento a parte del de mi entrecortada respiración, con lo que logré conciliar el sueño.

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