En ese instante sentí a Catania, podía verla saltar por los tejados. Solté la mano de Gabriel y volé en su dirección. Él me siguió.
Recorrí toda la ciudad. Había perdido la sensación de su presencia y corría de un lado a otro, sin rumbo. Finalmente, Gabriel se avalanzó sobre mí y me pidió que parara. Yo estaba fuera de mí, necesitaba zanjar el asunto de una vez por todas, acabar con el sufrimiento que me producía.
Gabriel me abrazó y, poco a poco, fui tranquilizándome. Su presencia me inspiraba ternura, sus brazos me daban seguridad. Me relajé y fui yo quien lo rodeó a él, con fuerza, sintiendo el latir de sus venas y quise unirme a él, saborearle, pero él me frenó.
—No, aún no. Antes tenemos que solucionar todo el caos que yace en tu interior. Después, seré tuyo.
Sus palabras me dieron el aliento que necesitaba. No estaba solo. Había encontrado a alguien que desde el principio se hizo eco de mi dolor, que sin dudar me tendió su mano, que incluso sabiendo mi amor hacia Catania me brindaba su ser. Deseé haberle conocido antes, o quizá en otras circunstancias en las que yo pudiese responder a todo lo que él me daba. Cuando terminase todo, le compensaría.
Aprendí que podía localizar a Catania, algo dentro de nosotros estaba unido. Debía tranquilizarme para poder ver. El problema era que ella también podía percibirme a mí y siempre estaba alerta por si me acercaba.
Gabriel trazó un plan. Yo localizaría a Catania y él se aproximaría, tendríamos que matarla juntos. Era algo que quería que fuera mío, pero sin su ayuda no sería posible. Acepté su idea.
Preparé una estaca de madera, bien afilada, atravesaría su corazón sin contemplaciones. Recrear en mi cabeza la escena me producía placer, imaginaba como mi dolor iba desapareciendo mientras se consumía su vida. Acabar con su existencia era eliminar mi sufrimiento.
Gabriel sólo tenía que dar con su paradero y sujetarla, yo estaría cerca para entrar en acción en cuanto ella estuviese inmovilizada. Posiblemente necesitaríamos días para conseguirlo, pues Catania era un vampiro con mucha fuerza y sabiduría.
Subimos a una azotea, nos gustaba relajarnos en la altura donde nadie podía vernos. Enseguida percibí a Catania, no estaba lejos. Gabriel bajó rápidamente a la calle y embelesó a un joven, al cual utilizaríamos para poder comunicarnos, y lo llevó con él. Le fui guiando hasta que dio con ella.
“Uriel, la tengo, corre”, susurró en mi mente. Mi corazón se aceleró, el momento había llegado. “Mi dulce Catania, es tu final”, pensé, y volé hacia ellos.
Mi Pluma LMC