Capítulo
4:
- ¡Se despierta!
La voz de una
mujer desconocida retumbaba en mi cabeza.
- ¿Lucy? – Mi
padre me tomó la mano al instante.
Intentaba
mantenerme despierta y enfocar la vista, pues veía todo borroso y no sabía
donde estaba. Con dificultad conseguí abrir los ojos e intenté levantar la
cabeza, la cual parecía pesarme una tonelada. Vi la goma que me salía del brazo
y eso me alteró, no me gustan las agujas y mucho menos los hospitales. Respiraba
a través de una mascarilla. Giré la cabeza y allí estaba mi padre, agazapado,
con mis manos aún entre las suyas. La claridad que entraba por la ventana me
cegaba. Mi mueca hizo que mi padre se levantase y bajase la persiana hasta el
punto en el que no me diese directamente a la cara. Una vez tuve mi mano
liberada de las suyas intenté quitarme la mascarilla, pero mi padre llegó hasta
mí antes de que me diese cuenta y me propinó un manotazo en la mano.
- No te la
puedes quitar. – Gruñó frunciendo el ceño.
- Tu padre tiene
razón. – Coincidió la enfermera que hasta ahora había pasado desapercibida para
mí. - ¿Recuerdas lo que pasó?
Me tomó varios
minutos responder. Miles de preguntas pasaron por mi mente en ese tiempo:
‘¿Alguien me hizo algo en aquel callejón? ¿Me desmayé por la falta de aire?
Recuerdo que oí voces… Bah, me estoy volviendo loca. ¿Cómo iba a oír voces?
Allí no había nadie, solo yo, seguro que fue mi imaginación’.
- No. – Terminé
por contestar, aún dudosa.
- ¿Seguro? No
pareces convencida.
Asentí una sola
vez.
- Está bien. Te
voy a aplicar algunos calmantes para el dolor, te has dado un buen golpe.
No respondí,
dejé que la enfermera hiciera su trabajo y fui cerrando los ojos poco a poco.
Lo último que me pareció ver, pues ya los calmantes habían hecho su efecto, fue
a mi padre acercarse y darme un beso en la frente.
Me desperté al
cabo de las horas. Mi abuelo estaba sentado en un sillón situado al lado de la
cama de aquel hospital. Estaba absorto en un libro, tanto, que no se dio cuenta
de que me había despertado. La luz cegadora había cambiado por un color rojizo,
estaba anocheciendo. Me retiré la mascarilla con la mano y tomé una gran
bocanada de aire, lo que provocó que me diera un ataque de tos. Mi abuelo cerró
el libro, lo dejó encima del sillón y se acercó hasta mí.
- ¿Pero qué
haces, niña? No puedes quitártela. –Protestó.
- Me molestaba.
– Mi voz sonaba algo ronca a causa de la tos.
En ese momento
entró otra enfermera con una carpeta en las manos.
- ¿Cómo te
encuentras?
Me limité a
encogerme de hombros.
- Se ha quitado
la mascarilla porque… ‘‘molesta’’. - Dijo la última palabra en tono irónico, lo
que hizo que le mirase con los ojos entrecerrados.
- No se
preocupe, ya puede quitársela.
Le dediqué una
amplia sonrisa de victoria a mi abuelo y me incorporé en la camilla, quedando
sentada en ella.
- No hagas
muchos esfuerzos aún.
- ¿Qué me ha pasado?
- Tuviste una crisis
de ansiedad. Tu abuelo dio el aviso de que te habías perdido y un policía te
encontró tirada en un callejón.
Me quedé mirando
la pared sin decir nada.
- ¿Alguien te
hizo o te dijo algo?
- ¿¡Qué!? Oh,
no… no… yo… Estaba sola.
- ¿De verdad?
Pareces asustada.
- Sí, estoy
bien. ¿Puedo irme a casa?
Revisó la
carpeta que tenía en las manos con detenimiento.
– No, hoy no,
pasarás la noche aquí para tenerte controlada.
Con las mismas,
sin decir nada más, salió de la habitación.
- Vaya mierda. –
Me quejé entre dientes.
- Si te
comportas mañana estarás en casa. – Me discutió mi abuelo.
Me dejé caer
otra vez hacia detrás, mirando al techo, sin emitir palabra alguna. Después de
un largo rato así mi abuelo rompió el silencio.
- Lucy. Esto…
- ¿Qué?
- ¿Qué fue lo que
pasó ayer en la librería?
- Nada.
- Lucy, decías
que ‘no’ todo el tiempo y nadie te hablaba.
Así que no había
sido un sueño. ¿Era una alucinación? ¿Me jugó una mala pasada los nervios? No
hallaba respuesta alguna.
- No pasó nada.
–Insistí.
- Yo no diría ‘nada’.
- ¡Ya vale! –
Levanté la voz, a lo que mi abuelo contestó con un siseo y con el ceño fruncido
y apretando los labios volvió al sillón y a su libro.
Durante el
tiempo que pasé despierta estuve pensando en todo lo que pasó el día anterior. ‘¿Qué
pensará Álvaro de mí? ¿Y su abuelo? Pensarán que soy imbécil, cosa que no es
mentira. He quedado como una estúpida. ¿Y la voz? Recuerdo preguntar quién era
y responder mi nombre. Pero no podía ser. ¿He de pensar en fantasmas? No, claro
que no’. Bufé. Un ronquido de mi abuelo hizo que me sobresaltara. ¿Cuánto
llevaba perdida en mis desvaríos? Miré el reloj que había en la pared, las
cuatro de la mañana. Mi abuelo dormía en aquel sillón con el libro abierto
apoyado en el pecho. Intenté evadirme de mis pensamientos cantando en mi cabeza mi canción favorita de Coldplay, lo que logró calmarme un poco. No sé cuánto tiempo pasó hasta que conseguí dormir,
aquella cama era muy incómoda y la vía en el brazo tampoco ayudaba, pero al
final el sueño me acabó venciendo.
Vaya sorpresa Lia, me has dejado fascinada, un relato muy bueno, avisa que a veces ando despistada. Felicidades.
ResponderEliminarAy, Luci...ya le tengo cariño!!! Me encanta Lía, esperando la próxima entrega! Me gustaría saber algo, ya tienes la historia o la vas creando sobre la marcha? Gracias!
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