Aquí, en el porche y ya sin compañía, recuerdo nuestros días de enamorados.
Recuerdo cuando nos conocimos. Al mirarnos sentimos que estábamos
hechos el uno para el otro. Me temblaron las piernas cuando se acercó
a mi y me pidió bailar. Accedí de inmediato y bailamos juntos hasta el
amanecer. Me acompañó a casa y quedamos en vernos otros días.
Cita tras cita comprendimos que nuestra primera mirada acertó y
estábamos destinados a pasar la vida juntos. El día de mi cumpleaños
fue cuando me besó por primera vez y formalizamos nuestra relación.
Con el transcurso del tiempo el amor se hacía más grande. Me encantaba
como me decía que me quería, lo bien que me quedaba la ropa o como me
abrazaba al dormir. Pero mi mayor recuerdo es el día en el que llegué a nuestra
casa del trabajo y había preparado una cena romántica, con velas, flores y vino.
Al terminar la cena sacó una cajita y mostrándome un precioso anillo me pidió
matrimonio. Después de casarnos vinieron nuestros hijos y después nuestros nietos.
Me dio una vida llena de amor y de felicidad. - Suspiró y miró al cielo.- Ay, querida,
si aún estubieses aquí. - en ese momento dos lágrimas rodaron por las mejillas de
aquel anciano. - Y aún dicen que las mujeres no regalan flores y los hombres no lloran.
Triste y hermoso a la vez. Compartir una vida y que uno se vaya antes que el otro. Pero el recuerdo siempre quedará.
ResponderEliminarGracias, Dolors. Creo que es, junto con perder un hijo, el golpe más duro que te puede dar la vida. Pero con eso es con lo que hay que quedarse, los buenos recuerdos y los momentos felices y, como siempre,seguir hacia delante.
EliminarMuy bueno Lia, ese final...cierto que lo estaba imaginando al revés, cosa que no deviera. Buena lección.
ResponderEliminarMil gracias, veo que he conseguido mi proposito! jeje Creo que condicionamos y etiquetamos tantas cosas que eso nos impide verlas de la forma contraria.
EliminarMuy bueno Lia, ese final...cierto que lo estaba imaginando al revés, cosa que no deviera. Buena lección.
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