Capítulo
5
A la mañana siguiente, cuando me desperté, era mi abuela la
que se encontraba a mi lado.
- Hola abuela.
- Hola, cariño. ¿Cómo te encuentras?
- Bien, algo mareada.
- Anoche la cena no fue lo mismo sin ti y sin tu abuelo.
¡La
cena! ¿Cómo se me ha podido olvidar? Con los sedantes, el mareo, el cabreo… No
me acordé de la cena de navidad.
No dije nada, pero mi expresión me delató.
- ¿Qué te pasa?
- Nada, necesito ir al baño.
Me levanté con dificultad y me encerré en el baño. Apoyé las
manos en el lavabo y mantuve la cabeza agachada para controlar el mareo. Con
las mismas apreté los ojos y comencé a llorar. Me tapé la boca con una de mis
manos para evitar que me escucharan, pues era lo último que quería. Después de
un rato llorando hasta no poder más levanté la cabeza y me vi reflejada en el
espejo.
- ¿Cómo has podido fastidiar aquello que tanto ansiaba tu
abuela? Y no solo eso, has sido tan egoísta que has permitido que tu abuelo
pasara la noche aquí. – LE dije a mi reflejo como si de otra persona se
tratase.
<< ¿Te extraña? Siempre fastidias todo. >>
Aquella voz volvió a retumbar en mi cabeza. Sentí náuseas y
tuve que agachar de nuevo la cabeza, pero esta vez no bastó con eso. Me senté
en el filo de la bañera, puesto que era lo que tenía más cerca. Me pitaban los
oídos y se me nubló la vista en cuestión de segundos. Con dificultad y sin apenas voz conseguí
llamar a mi abuela, la que vino corriendo hasta allí, y al entrar y verme así
llamó a la enfermera. Entre las dos me llevaron hasta la cama y me volvieron a
conectar el suero y los sedantes. Mientras me dormía escuché a la enfermera hablar
con mi abuela. ‘En estas condiciones no puede irse, tendrá que pasar algunos
días más aquí y le haremos pruebas de todo tipo’, le decía.
Vamos
no fastidies.
<< Si es que eres estúpida. >>
Fue lo último que oí antes de caer rendida.
Los tres siguientes días transcurrieron de la
misma forma. De la cama al baño y viceversa, aburrida y sin nada que hacer y
recibiendo visitas de familiares que no
recordaba, así como soportando comentarios del tipo ‘pero que guapa estás’,
‘¿te acuerdas de mí?’ O el típico de ‘no te reconozco, ¡cómo has crecido! No te
veo desde que tenías tres años’. Creo que
desde los tres años he cambiado, sí. Pensaba para mí de manera irónica,
pero en lugar de eso me dedicaba a sonreír sin más, no quería también aguantar
un sermón de mis abuelos o de mi padre. Mi ánimo cambió cuando la enfermera
entró con la carpeta de resultados, los cuales todos estaban perfectos, y me
dijo que pasaría allí esa noche y me iría a casa por la mañana. Menos mal, ya
era veintiocho y no quería perderme también la cena de Nochevieja.
Esa tarde recogí todas mis cosas, me di una
larga ducha y empecé a leer un libro que me había comprado mi abuelo, El héroe perdido, de Rick Riordan, me
sorprendió bastante que mi abuelo acertase con el libro, seguro que se lo había
recomendado Álvaro.
Álvaro…
Aún le doy vueltas a lo que pasó, a qué pensará de mí.
Sacudí la cabeza y dejé mis pensamientos a un lado para concentrarme de nuevo
en el libro. Poco a poco fue cayendo la noche, no tenía ganas de cenar, así que
solo comí un yogurt para poder tomar la medicación y me dormí.
El sonido del teléfono de mi padre me despertó
de un sobresalto.
- Perdona, no dejo de recibir llamadas últimamente.
– Colgó sin contestar y se acercó a darme un beso.
- No importa, ¿qué hora es?
- Las diez de la mañana, acabo de firmar el
alta, así que vístete y haz lo que tengas que hacer que nos vamos.
Me levanté de un salto e hice todo tan rápido
como pude. Quería, o mejor dicho, necesitaba salir ya de allí. Me vestí, me lavé
los dientes y me peiné. Me miraba al espejo nada satisfecha con el resultado de
mi pelo después de días allí.
<< Estás horrible. >>
- ¡Cállate!
- ¿Qué dices Lucy?
- Nada papá, no he dicho nada.
Estúpida.
–Musité.
Di la batalla contra mi pelo por perdida y salí
de allí con mi padre. Nunca había estado tan contenta de estar en calle.
Respiré tan profundamente como mis pulmones me permitieron.
- Aire fresco, por fin.
- Pronto estaremos en casa.
Volvimos a casa en coche, en silencio y con un
disco de Bon Jovi sonando. Menos mal que mi padre al menos tenía gusto musical.
El viaje se me hizo bastante más corto de lo que pensaba, aunque estaba
muriendo de hambre. Llegamos a casa, saludé a mis abuelos y me fui directamente
al frigorífico.
- Ya veo que te alegras de vernos. – Protestó mi
abuelo desde el salón. Sin duda, el usar la ironía para demostrar mi desaprobación
era otra cosa que había heredado de él.
Cogí un dulce de chocolate y le di un bocado.
- Si me alegro, pero también tengo hambre. –
Grité con la boca llena mientras me acercaba a sentarme a su lado.
- ¿No te enseñaron a no hablar con la boca
llena?
- No, es lo que tiene tener un padre que solo
sabe trabajar y una madre drogadicta.
- ¡Lucy! ¿Qué cojones dices?
El tono de mi padre hizo que solo me encogiese
de hombros con indiferencia.
- Por cierto, esta es la única fecha, junto con
mi cumpleaños, que mi señora madre me llama. Es raro no tener noticias…
- Como tú bien has dicho, tu madre es
drogadicta, cualquiera sabe. – Me interrumpió mi padre.
En su tono se notaba la molestia de mi
comentario anterior, así que decidí ser buena y pedí perdón.
- Papá, siento el comentario.
- No tienes nada que sentir, no es ninguna
mentira. – Con las mismas se fue a su cuarto y cerró la puerta de un golpe.
- No te preocupes, se le pasará.
Quizás mi abuelo tenía razón y se le pasaría en
cuestión de minutos, pero, como siempre, había metido la pata.
<< Siempre tan inoportuna. >>
Dejé el dulce en la mesa y subí a mi cuarto a
acostarme, ya no tenía hambre.
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