Puedes enviarnos tus aportaciones a la dirección de correo: Ciudadetinta@outlook.es . Agradecemos vuestro tiempo y comentarios, entre todos formamos esta ciudad de tinta que pronto se convertirá en una urbe.

NO RESEÑAMOS NOVELA ERÓTICA, lamentamos las molestias.


jueves, 2 de junio de 2016

Lucy: Capítulo 5.



Capítulo 5


A la mañana siguiente, cuando me desperté, era mi abuela la que se encontraba a mi lado. 

- Hola abuela.
- Hola, cariño. ¿Cómo te encuentras?
- Bien, algo mareada.
- Anoche la cena no fue lo mismo sin ti y sin tu abuelo.

¡La cena! ¿Cómo se me ha podido olvidar? Con los sedantes, el mareo, el cabreo… No me acordé de la cena de navidad. 

No dije nada, pero mi expresión me delató. 

- ¿Qué te pasa?
- Nada, necesito ir al baño.

Me levanté con dificultad y me encerré en el baño. Apoyé las manos en el lavabo y mantuve la cabeza agachada para controlar el mareo. Con las mismas apreté los ojos y comencé a llorar. Me tapé la boca con una de mis manos para evitar que me escucharan, pues era lo último que quería. Después de un rato llorando hasta no poder más levanté la cabeza y me vi reflejada en el espejo. 

- ¿Cómo has podido fastidiar aquello que tanto ansiaba tu abuela? Y no solo eso, has sido tan egoísta que has permitido que tu abuelo pasara la noche aquí. – LE dije a mi reflejo como si de otra persona se tratase.

<< ¿Te extraña? Siempre fastidias todo. >>

Aquella voz volvió a retumbar en mi cabeza. Sentí náuseas y tuve que agachar de nuevo la cabeza, pero esta vez no bastó con eso. Me senté en el filo de la bañera, puesto que era lo que tenía más cerca. Me pitaban los oídos y se me nubló la vista en cuestión de segundos.  Con dificultad y sin apenas voz conseguí llamar a mi abuela, la que vino corriendo hasta allí, y al entrar y verme así llamó a la enfermera. Entre las dos me llevaron hasta la cama y me volvieron a conectar el suero y los sedantes. Mientras me dormía escuché a la enfermera hablar con mi abuela. ‘En estas condiciones no puede irse, tendrá que pasar algunos días más aquí y le haremos pruebas de todo tipo’, le decía.

Vamos no fastidies.

<< Si es que eres estúpida. >>

Fue lo último que oí antes de caer rendida.
Los tres siguientes días transcurrieron de la misma forma. De la cama al baño y viceversa, aburrida y sin nada que hacer y recibiendo visitas de familiares que  no recordaba, así como soportando comentarios del tipo ‘pero que guapa estás’, ‘¿te acuerdas de mí?’ O el típico de ‘no te reconozco, ¡cómo has crecido! No te veo desde que tenías tres años’. Creo que desde los tres años he cambiado, sí. Pensaba para mí de manera irónica, pero en lugar de eso me dedicaba a sonreír sin más, no quería también aguantar un sermón de mis abuelos o de mi padre. Mi ánimo cambió cuando la enfermera entró con la carpeta de resultados, los cuales todos estaban perfectos, y me dijo que pasaría allí esa noche y me iría a casa por la mañana. Menos mal, ya era veintiocho y no quería perderme también la cena de Nochevieja.
Esa tarde recogí todas mis cosas, me di una larga ducha y empecé a leer un libro que me había comprado mi abuelo, El héroe perdido, de Rick Riordan, me sorprendió bastante que mi abuelo acertase con el libro, seguro que se lo había recomendado Álvaro.
Álvaro… Aún le doy vueltas a lo que pasó, a qué pensará de mí. Sacudí la cabeza y dejé mis pensamientos a un lado para concentrarme de nuevo en el libro. Poco a poco fue cayendo la noche, no tenía ganas de cenar, así que solo comí un yogurt para poder tomar la medicación y me dormí. 

El sonido del teléfono de mi padre me despertó de un sobresalto. 

- Perdona, no dejo de recibir llamadas últimamente. – Colgó sin contestar y se acercó a darme un beso.
- No importa, ¿qué hora es?
- Las diez de la mañana, acabo de firmar el alta, así que vístete y haz lo que tengas que hacer que nos vamos.

Me levanté de un salto e hice todo tan rápido como pude. Quería, o mejor dicho, necesitaba salir ya de allí. Me vestí, me lavé los dientes y me peiné. Me miraba al espejo nada satisfecha con el resultado de mi pelo después de días allí.

<< Estás horrible. >>

- ¡Cállate!
- ¿Qué dices Lucy?
- Nada papá, no he dicho nada. 

Estúpida. –Musité.
Di la batalla contra mi pelo por perdida y salí de allí con mi padre. Nunca había estado tan contenta de estar en calle. Respiré tan profundamente como mis pulmones me permitieron.

- Aire fresco, por fin.
- Pronto estaremos en casa.

Volvimos a casa en coche, en silencio y con un disco de Bon Jovi sonando. Menos mal que mi padre al menos tenía gusto musical. El viaje se me hizo bastante más corto de lo que pensaba, aunque estaba muriendo de hambre. Llegamos a casa, saludé a mis abuelos y me fui directamente al frigorífico. 

- Ya veo que te alegras de vernos. – Protestó mi abuelo desde el salón. Sin duda, el usar la ironía para demostrar mi desaprobación era otra cosa que había heredado de él.
Cogí un dulce de chocolate y le di un bocado. 
- Si me alegro, pero también tengo hambre. – Grité con la boca llena mientras me acercaba a sentarme a su lado.
- ¿No te enseñaron a no hablar con la boca llena?
- No, es lo que tiene tener un padre que solo sabe trabajar y una madre drogadicta.
- ¡Lucy! ¿Qué cojones dices?
El tono de mi padre hizo que solo me encogiese de hombros con indiferencia.
- Por cierto, esta es la única fecha, junto con mi cumpleaños, que mi señora madre me llama. Es raro no tener noticias…
- Como tú bien has dicho, tu madre es drogadicta, cualquiera sabe. – Me interrumpió mi padre.
En su tono se notaba la molestia de mi comentario anterior, así que decidí ser buena y pedí perdón.
- Papá, siento el comentario.
- No tienes nada que sentir, no es ninguna mentira. – Con las mismas se fue a su cuarto y cerró la puerta de un golpe.
- No te preocupes, se le pasará.

Quizás mi abuelo tenía razón y se le pasaría en cuestión de minutos, pero, como siempre, había metido la pata.

<< Siempre tan inoportuna. >>

Dejé el dulce en la mesa y subí a mi cuarto a acostarme, ya no tenía hambre.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario