Faltaban
pocos minutos para las tres de la mañana cuando desperté con sed.
Estiré la mano derecha en la oscuridad buscando la botella de agua que
suelo tener para casos como éste pero no la encontré, en cambio manoteé
el vacío hasta que sentí el frío tacto de la madera de la mesita de luz.
Intenté cerrar los ojos y seguir durmiendo pero fue en vano, mi cuerpo
me pedía a gritos un poco de agua.
Me levanté algo
molesto y ni siquiera me puse las pantuflas. En medias, iba caminando
por el pasillo que lleva hasta la cocina y prendí la luz, todo con una
exagerada lentitud y acompañado de bostezos en intervalos casi
regulares. Cuando sujetaba la manija de la puerta de la heladera,
escuché a mis espaldas un ruido similar al que hace una silla cuando la
arrastran contra el piso. Me di vuelta de inmediato y pude ver que las
cuatro sillas estaban en su lugar junto a la mesa. Le adjudiqué el hecho
a mi imaginación, ya que aún estaba algo dormido y seguramente mi mente
me estaba jugando una mala pasada. Abrí la heladera y agarré una
botella de agua bien fría. Mientras la destapaba me quedé a oscuras de
golpe. Si bien ya comenzaba a asustarme mi mente me tranquilizó, dándome
la premisa de que no era más que un apagón. Para entonces mis bostezos
se habían detenido totalmente y estaba bien despierto, pero de todas
formas debía volver a dormir así que a tientas me dirigí hacia mi
habitación. Imprevistamente me choqué de bruces contra la puerta de la
cocina, la cual estaba cerrada a pesar de que recordaba claramente
haberla dejado abierta, y tiré al piso sin querer la botella de agua. De
hecho, no tengo la costumbre de cerrar esa puerta y las veces que lo
hice podrían ser contadas con los dedos de una mano. Atrás mío volvió a
escucharse el mismo ruido de hacía unos instantes, pero esta vez eran
tres o cuatro sonidos en simultáneo, como si todas las sillas de la
cocina se estuviesen moviendo. Mi corazón latía rápidamente. Con una
mano intentaba abrir la puerta de la cocina mientras que con la otra
accionaba repetidamente el botón de la luz, al tiempo que el frío
líquido en el piso mojaba mis pies.
La electricidad no
respondía y el ruido de las sillas continuaba, haciéndose cada vez más
fuerte, a tal punto que el chillido de la madera deslizándose sobre las
baldosas del piso me resultaba insoportable. Me alejé unos pasos de la
puerta y anteponiendo mi hombro derecho empecé a empujarla, tratando de
abrirla por la fuerza. La otra opción que tenía era la puerta que
llevaba al patio, pero se encontraba exactamente del otro lado de la
cocina y para llegar a ella tenía que pasar justo al lado de la mesa con
las sillas que bailaban solas en la oscuridad. Di un par de empujones
más y de pronto volvió la luz, duró encendida unos segundos y se volvió a
apagar. Alcancé a ver con espanto que las sillas realmente se movían y
que no era un ruido imaginado por mí. Pegué la espalda a la pared y me
quedé inmóvil sin saber qué hacer. La luz apareció una vez más pero
comenzó a titilar y la cocina ahora se iluminaba y oscurecía
alternativamente. Se sumó también un ruido metálico, como si los
cubiertos estuvieran saltando dentro del cajón de la mesada.
La situación era
desesperante, estaba temblando de miedo. Reuní todo el valor que pude
encontrar adentro mío y corrí hasta el otro lado de la cocina. Pasé por
al lado de la mesa y una de las sillas me golpeó, haciendo que tropezara
y perdiera el equilibrio, cayendo hacia un costado y chocando contra la
mesada. Me repuse y continué hasta llegar a la puerta que conectaba con
el patio y para mi sorpresa pude abrirla al primer intento. Iba a salir
pero me detuve por completo al ver una silueta negra en el umbral
cortando mi paso. Parecía ser una sombra o humo ya que era bastante
difusa, pero poco a poco comenzó a tomar forma. La luz dejó de titilar y
quedó encendida. El ruido en el interior de la cocina se detuvo.
Retrocedí instintivamente sin sacarle los ojos de encima a aquella cosa.
Parecía que la silueta avanzó hacia el interior y la luz se fue de
nuevo, dejándome a oscuras en la cocina iluminada débilmente por la fría
luna. No alcanzaba a ver la misteriosa figura pero escuché pasos desde
su posición hacia mí.
Retrocedí de
espaldas hasta llegar a la heladera. Temblando junté mis manos, cerré
los ojos y me puse a rezar. Durante unos segundos no escuché nada más y
tuve la esperanza de que me había salvado, de que todo se había
detenido. Entonces abrí los ojos y vi a la figura parada a apenas unos
centímetros de mi rostro. Grité como nunca antes en mi vida y creí que
se abalanzaba sobre mí, pero se convirtió nuevamente en humo y
desapareció. Desde entonces, la casa se mantiene en un extraño y
desagradable silencio, llenándose de polvo poco a poco como si estuviese
abandonada. No volví a ver a la oscura figura, ni tampoco alguna otra
presencia sobrenatural. De hecho el único ser que está encerrado acá
parece que soy yo.
Colaboración de Jesús Nieto Urbina
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