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jueves, 18 de febrero de 2016

Colaboraciones: Acerca del destino de las muñecas extraviadas (Víctor Lowenstein)



Acerca del destino de las muñecas extraviadas. 

  
Las hemos visto a la vera de los basurales…en los carros de los ropavejeros, o arrumbadas en tiendas de baratillo. Desmembradas, tuertas, calvas, rotas.  Recuerdo, en mi niñez, haber visto una Pielrose de ojos azules dejada en el banco de una plaza. Entristecí pensando en la niña que estaría llorando por haberla perdido; niña que hoy será una mujer que aún debe llorar el extravío de su muñequita predilecta. Se cuentan por millones; la ciudad los ampara en los sitios más recónditos. Se sabe que las viejas mendicantes callejeras se apasionan por estas reliquias. Igualmente, hay coleccionistas que se afanan por adquirir antiguos modelos del preciado juguete para niñas. En las noches de Buenos Aires, no es raro ver mujeres harapientas trenzarse en lucha feroz con algún buscador de tesoros por la posesión de algún derruido ejemplar, al que aferran con sus uñas sucias mientras del otro lado tironea con manos enguantadas su paciente adversario, que por lo común lleva las de perder; puesto que estas ancianas son de una raza más bien aguerrida.  
  
Se sabe que el gremio de las ancianas mendicantes, que reside en cuevas subterráneas de la ciudad, guarda cientos o tal vez miles de muñequitas antiguas que custodian celosamente.  
  
Es conocido el caso de Sinclair Buller Lyton, afamado coleccionista londinense que visitó en los años veinte la Argentina a sólo fin de dar con el sitio donde las mendigas supuestamente guardaban su botín de inmemoriales juguetes. El caso es que lo encontró. En un pasadizo del subterráneo de la línea B, se halló ante una interminable galería en la que se apilaban muñecas de todas las épocas y modelos: egipcias y romanas, musulmanas y húngaras. De madera, de trapo, de terracota y cera. Gerbrüders alemanas; Monchéris parisinas; Barbies americanas. Hasta donde llegaban sus ojos podía ver muñecas de vinilo y porcelana; de resina o caolín. Las había hasta de barro cocido, rescatadas de alguna antiquísima civilización mesopotámica. Y también modernísimas Blythes casi inhallables allá en la superficie. Extasiado, nuestro hombre se inclinó para recoger del áspero suelo una bellísima Mariquita Pérez española; pero no llegó a levantarse jamás: decenas de belicosas viejas portando cuchillos de cocina se abalanzaron sobre Lyton para despanzurrar su opulenta humanidad. De su carne hicieron albóndigas; de sus fluidos corporales diversos embutidos y no pararon hasta sus huesos, con los que confeccionaron encantadoras muñequitas artesanales. El coleccionista pasó a ser parte de la colección. Paradojas de la vida.  
 
Víctor Lowenstein.     

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