(Portada provisional. © Victoria Francés).
El día no había empezado como otro cualquiera. Esperaba
que fuera una de esos días aburridos, corriendo de una clase a otra, pero me
equivocaba.
Allí estaba yo,
sentada en un sillón en los aposentos de mis padres con el cuerpo de mi padre
yacente en la cama. Lo miraba esperando algún movimiento, alguna respuesta,
pero no iba a llegar. Aún no había sido capaz de llorar, no podía creer que mi
padre, el rey Allard, el siempre inquieto y sabio Allard, pereciera allí
inerte. Por el contrario, mi madre, permanecía sentada a su lado, reclinada en
su pecho, secando sus lágrimas con el pañuelo de seda que él le regaló unos
días antes.
El doctor dictaminó que mi padre había fallecido por
causas naturales. Me encanta la naturaleza, pero a veces es demasiado injusta.
El doctor Brayton me miró desde el otro lado de la cama y
señaló a mi madre con la cabeza. Me levanté y me senté junto a ella apoyando mi
barbilla sobre su hombro. En esa posición pude ver perfectamente el rostro de
mi padre, pálido. Fue entonces cuando despejé la mente, solo le miraba
impactada y me uní al llanto de mi madre.
Todos los allí presentes mantenían la cabeza gacha. Mi
padre era muy distinto a los demás reyes, trataba a sus criados y demás
sirvientes con respeto. Ver como el dolor no se hacía hueco solo entre la
familia me hizo saber mejor que nunca que mi padre era un hombre inigualable.
- Señora, tenemos que llevarnos el cuerpo del rey.
Mi madre miró a Brayton y se incorporó. Acarició la cara
de mi padre y después le asintió al doctor para que empezaran a trabajar. Me
cogió la cara con las dos manos y me miró a los ojos.
- Podremos con esto, hija. Vayámonos y dejemos trabajar.
Se levantó y yo la imité. Me puse de pie y salí detrás de
ella sin dejar de mirar a mi padre hasta que crucé la puerta.
- Vayamos al jardín. Necesitamos un poco de aire.
- De acuerdo, madre. – Asentí aún con lágrimas en los
ojos y la seguí sin decir nada más.
Solo el silencio y algún gimoteo nos acompañó hasta el
jardín trasero.
Todo esto me parecía una pesadilla, y ojalá fuese así, porque
este sería el momento perfecto para despertarse.
Los guardias que custodiaban el portón, ya al tanto de la
noticia, nos hicieron una reverencia con la cabeza.
Salimos sin más, en silencio, como hasta ahora.
El jardín era mi lugar favorito de palacio, al igual que
el de mi padre.
Todas las flores que lo componían y lo llenaban de color,
los árboles, los caminos y los bancos de piedra y la gran fuente central que mi
abuelo mandó construir cuando gobernaba, el cantar de los pájaros, todo, lo
hacía un lugar mágico.
Nos sentamos en
uno de los bancos frente a la fuente. Mi madre, con la mirada perdida en el
agua, después de un buen rato allí sentadas y con un hilo de voz, por fin rompió
el silencio que tanta compañía nos estaba haciendo:
- Hija.
- Sí, madre.
- ¿Te das cuenta de la importancia y la dificultad que
conlleva la muerte de tu padre?
- ¿A qué se refiere exactamente, madre?
Mi madre exhaló y guardó silencio por unos instantes.
- Yo no puedo gobernar. Tú eres la heredera al trono.
- Pero madre, yo no puedo gobernar si no me…
Fue cuando me di cuenta de la situación. Me levanté de un
salto y me puse frente a ella. De repente me hallaba llorando de nuevo y no
pude evitar empezar a gritar.
- ¡No puedes pedirme eso! ¡No puedes! Yo no puedo…
- ¡Basta!
Esta vez fue mi madre la que se levantó gritando.
- ¡Eres mi hija y has de obedecerme!
- ¡Pero madre! Yo…
Los guardias se apresuraron hasta nosotras al oír los
gritos. Mi madre se volvió hacia ellos y les hizo un gesto con la mano para que
pararan.
- No es necesaria vuestra intervención, estoy hablando
con mi hija. – Zanjó mi madre con una voz cortante que nunca antes le había
oído.
Volvió a girarse hacia mí y me miró con los ojos
vidriosos.
- Créeme que me gustaría decirte que no es necesario,
pero no puedo.
- Pero…
- Ya está decidido, es la única opción. La semana que
viene vendrá el heredero al trono de Northeras, el príncipe Christopher Edmund,
y se ultimaran los detalles.
- Madre, no por favor…
- ¡Te casarás con él! – Zanjó mi madre dándose media
vuelta y encaminándose de vuelta a palacio.
Suspiré, me volví a sentar y permanecí allí sola,
llorando y maldiciendo a todos los Dioses por lo que me deparaba de ahora en
adelante.
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