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viernes, 4 de septiembre de 2015

Elementos V

                        Hil'az've se mantuvo firme junto con sus más leales súbditos en el último reducto de su civilización. En sus últimos momentos; mientras veía cómo los extranjeros asediaban y derruían lentamente los muros de su ciudad, sólo se apenaba de no poder asegurar un buen futuro a los suyos. Todo aquello por lo que habían luchado durante siglos, y que finalmente se alcanzó gracias a Hi'ax've y a Bal'az'uq, sería derribado en su reinado. Todo recaía sobre sus hombros, no podía defender lo que sus ancestros le habían dejado. Era su obligación y así lo sentía. Mientras el peso de la realidad avanzaba irremisiblemente fuera de sus murallas.
                         Aquellos descendientes de los primeros humanos eran los que habían profetizado los hiavianos, los que finalmente decantarían la balanza de la guerra. Ellos dominarían el mundo, al menos hasta que llegara una nueva raza. Lo único que le quedaba por hacer al último Gran Rey era morir honorablemente en el campo de batalla luchando por su pueblo. Así se engalanó de oro y plata para su última batalla, y escogió a su mayor y más poderoso corcel, eligió a los cinco mejores de su guardia personal y los vistió de plata y bronce. Cuando estuvieron armados y preparados bajaron desde la ciudadela donde se encontraba el palacio real y por una suave pendiente hacia la puerta principal, cruzando el centro de la ciudad mismo. Mientras realizaban la última marcha juntos los seis jinetes comenzaron a oir a los ciudadanos. Y no pedían su muerte en combate, les pedían que huyeran y buscaran a los dos antiguos reyes. El último hiaviano puro, antes de morir hacía cinco años, había profetizado que sólo la vuelta de los dos reyes traería la gloria pasada a los pueblos de Bal'ia y Hia'vea. El Rey se encontraba confuso, al principio eran unos pocos los que pedían que marchase en busca de aquellos dos míticos hombres, pero unos cien metros antes de alcanzar el portón que protegía la principal entrada, era toda la ciudad la que le pedía lo mismo. Decenas de miles de voces que unánimente gritaban "vete, búscalos", "no luches, encuentra a los dos reyes" y frases similares le llegaban hasta lo más profundo de su ser.
                      A la altura de los centinelas que custodiaban la puerta los seis jinetes frenaron la marcha. El Rey, que iba en cabeza, se giró y los miró, había tomado una decisión, aún podía hacer algo para defender a los suyos. Darles una última esperanza, al menos eso mantendría vivo el espíritu de su pueblo, y eso ya era más que simplemente morir.
                     "Partiremos hacia el norte, esquivando las tropas sin pararnos a luchar, solo huiremos. Debemos encontrar a Bal'az'uq y a Hi'ax've y pedirles que regresen y liberen a nuestro pueblo, esa es nuestra misión."

                     Apenas unos días más tarde la ciudad fue conquistada y masacrada. Al no encontrar un rey al que usar como ejemplo de lo que podría ocurrirles si se revelaban, decidieron que una ciudad destruida mandaría el mismo mensaje. Aunque no todos sus ciudadanos fueron asesinados. A la mayor parte los esclavizaron, al resto los enterraron junto con la ciudad. Libres de todo yugo, muertos como ciudadanos libres de un reino que había perecido junto con sus últimos defensores.

                      La historia que siguió en aquellas tierras y en el resto del mundo es difícil de decir puesto que es confusa y no la conozco o no me la contaron como parte de ésta. Sólo sé que los nombres de todo y de todos fueron cambiando con el tiempo y los pueblos que fueron viniendo después ampliaron o distorsionaron sus historias para adaptarlas a su cultura. Puedo deciros que aquella zona con el tiempo fue llamada mesopotamia, pero aparte de esto todo lo que diga serían conjeturas que he ido sacando con el paso de los años. Mi mente ya no es lo que era, y seguro que he encontrado más coincidencias con la realidad en este relato por mi propio deseo involuntario. Ya que si esta historia fuera cierta, significaría que realmente lo que dijo mi padre también era cierto y este relato que os he contado se ha transmitido de generación en generación entre la última familia de los bil'uus, y yo sería pues el último descendiente de esta antiquísima familia.

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