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domingo, 13 de septiembre de 2015

Visita nocturna

La noche comenzaba a caer rápidamente sobre los rubios campos de trigo, el granjero recogía a las bestias con rapidez en el granero para que no quedaran a la intemperie. La tarde había sido muy húmeda y la noche se pronosticaba con tormenta y muy posiblemente niebla. En el interior de la casa la mujer del granjero cocinaba en el fuego de una chimenea un poco de caldo en el caldero que había heredado de su madre. Cuando el hombre termino de recoger los animales, regreso a su hogar para compartir en el calor de su salón una buena cena con su amada esposa.
Mientras cenaban, él le contaba a su esposa las experiencias vividas a lo largo del día de pastoreo en las próximas colinas del norte y ella los quehaceres diarios de la casa. Todo era normal y rutinario, al igual que todos los días del año.
Tras el caldo y un poco de queso con pan, ambos decidieron retirarse a dormir. El día había sido largo y duro, y, si los dioses querían, tendrían que volver a levantarse con el canto del gallo para seguir trabajando. La noche transcurría plácidamente hasta que unos fuertes golpes retumbaron en la casa. El granjero se despierto al oír el estruendoso sonido, pero al abrir los ojos y escuchar el ensordecedor sonido de la tormenta que se ha desatado fuera, resta importancia y vuelve a tumbarse en su lecho junto a su amada esposa. Los golpes volvieron a retumbar, esta vez el granjero supo de donde provenían.
Calzándose y colocándose un abrigo por encima, tomo una vela y comienzo a descender las escaleras. Alguien volvió a golpear la puerta y el susto casi hace caer al granjero rodando peldaños abajo. Con el cuerpo colmado por los nervios y la ira que le provoca el que alguien interrumpa sus placidos sueños en una noche tormentosa, se acerca a la puerta y pregunta…
- ¿Quien anda hay fuera?
Pero no recibe respuesta alguna. Creyendo haberse vuelto loco, se volvió para marcharse. Pero la puerta otra vez sonó. Descolgó el cerrojo y con cuidado entreabrió la puerta de la casa.
Un anciano lo miraba con ojos tristes mientras una incesante lluvia le calaba la ropa y hasta los huesos.
- Buenas noches buen hombre, está lloviendo y necesito refugio. No tengo dinero, pero los dioses le pagaran su bondad con migo.
- Estáis loco, viejo. ¿Pensáis que voy a recoger en mi hogar a un desconocido? Tendría que estar tan loco como vos para hacerlo, y eso ya es bastante pues solo los más tontos se atreverían a caminar bajo esta lluvia.
- ¿Quién es?- se oyó la voz de su esposa proveniente del piso superior.
- Márchese anciano.- y el granjero volvió a cerrar la puerta.
Al llegar a la planta de arriba, le conto a su mujer lo que había sucedido. Ella se mostro afligida por el desconsiderado trato que su esposo le había propinado a aquel pobre anciano, pero en sus manos no estaba el poder hacer nada en contra de la voluntad de su esposo. Así que ambos volvieron a tumbarse en la cama para volverse a dormir.
Cuando el sueño ya los mecía y los acurrucaba en su cálido y acogedor pecho, una estruendosa voz resonó en todo el valle e incluso más allá.
- Tu, granjero, osas despreciarme cual perro salvaje, tratas mejor a tus mulas que aun hombre que te pide ayuda. As de saber que yo te maldigo, maldigo tus tierras y a tus animales. Que en la penumbra de la noche, cuando el frio congele los huesos, los caídos en desgracia acudan a tu morada para saciar su hambre, que arranquen todo lo fértil que aquí habite y arrasen estas tierras para que solo la paz reine en ellos.
El granjero se removió agitado y corrió a abrir la ventana, en la cama su mujer lo miraba con los ojos cargados de pánico. Fuera no había ya nadie, quien hubiese hablado no estaba ya allí.
Con temor, el granjero volvió a la cama y se acurruco junto a su esposa. Ambos temían las maldiciones que buhoneros y gitanos regalaban sin compasión a los desdichados que por desgracia les caían mal. Entre todo aquel ajetreo, el sueño regreso y los meció con dulzura hasta que los ojos de ambos se volvieron a cerrar plácidamente.
El mugido agónico de una vaca saco al granjero de su letargo. Se calzo y corrió a asomarse por la ventana de su cuarto. Una espesa niebla lo envolvía todo. El relincho de un caballo siguió al estertor de un cochino.
- Ramón, algo sucede hay fuera.
- Tranquila mujer, será algún animalillo que esta asustando a las bestias en el granero.
- Puede, o puede que sea la maldición de ese viejo. ¿Por qué no lo dejaste entrar?
- No recojo mendigos bajo mi techo, y ese anciano no será una excepción por mucha maldición que pronuncie.
Armado con el azadón, el grajero salió de su casa camino del granero. Iluminado por una pequeña lámpara de aceite, recorría la distancia que lo separaba del lugar del que seguían proviniendo el quejido de los animales.
Se paró en seco, algo le había rozado el brazo, algo gélido y que parecía arrancarle el alma con solo su tacto. Un sonido metálico resonó a sus espaldas, algo se movía cerca de su casa. Olvidando a los animales, corrió de regreso a su hogar para comprobar que su esposa estaba bien. Una sombra aparece entre la niebla, unos ojos amarillentos lo miran y se desvanecen entre la niebla. Al llegar a la casa sentía como el frio le congela los huesos.
Corre escaleras arriba y entra a trompicones en su cuarto, sobre la cama reposa su esposa. Su piel esta blanca y de tacto gélido, sus labios morados y su cuerpo rígido, todo ha terminado para ella, aunque al menos su rostro muestra la serenidad de no haber sufrido.
El suelo crujió a sus espaldas, se giro abrumado y una sombra se desdibujaba en el hueco de la puerta. Asustado comienzo a retroceder, la sombra avanzaba rápida hacia el granjero y a cada paso hacia más frio el ambiente de la habitación. Ramón no tenia escapatoria, solo había una forma de salir de allí. Tira hacia la sombra el azadón y rápidamente se gira y salta desde la ventana.
El suelo estaba blando gracias al agua que caía incesante desde las primeras hora de la noche, pero pese a todo se ha lastimado el tobillo al caer. Con un nudo en el pecho y con el pánico debilitándole las piernas, i tentaba correr a cuatro patas hacia el granero. Allí creía que podría esconderse, entre los animales, de aquella fatídica sombra, pero al entrar en el granero solo ve el destrozo que el gélido tacto ha causado en todos sus animales. Como estatuas de hielo se mantenían de pie, inmóviles, sin vida.
Se giro asustado y vio como la sombra caminaba hacia él en la espesura de la niebla, de pronto junto a esta aparecen tres más. Sabe que no podrá huir de aquellas cuatro criaturas, pero aun así se aferra a una última esperanza y se adentra en el granero. La temperatura aun era más fría allí que en su hogar. Se arrebujo entre dos alpacas de paja y comenzó a rezar a sus dioses. Es el fin.
Las sombras sienten su calor y caminan sin reparos hacia donde se escondía Ramón. Se acercaban, más y más. Sus gélidos dedos rozaban la piel del hombre que apretaba los ojos en un último intento de mantenerse oculto, hasta que finalmente lo agarran y siente como su cuerpo se relaja.
Un fuerte golpe en la puerta despierto al granjero. Todo había sido un sueño. Respira profundamente y se alegra de ver a su asustada esposa a su lado. Siente con cierto placer el cálido abrazo que ella le propina a consecuencia del miedo que sufre. Con calma descendió y abrió la puerta. Un anciano lo miraba desde el exterior con ojos de pena, el agua había calado su ropa y temblaba de frio.
- Buenas noches buen hombre, está lloviendo y necesito refugio. No tengo dinero, pero los dioses le pagaran su bondad con migo.
- Pasad buen hombre, en mi hogar podréis descansar al calor del fuego mientras tomáis una sopa caliente…-dijo mientras un escalofrío le recorría todo el cuerpo.

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