Acerca del destino de las muñecas extraviadas.
Las hemos visto a la vera de los basurales…en
los carros de los ropavejeros, o arrumbadas en tiendas de baratillo.
Desmembradas, tuertas, calvas, rotas. Recuerdo, en mi niñez, haber visto
una Pielrose
de
ojos azules dejada en el banco de una plaza. Entristecí pensando en la niña que
estaría llorando por haberla perdido; niña que hoy será una mujer que aún debe
llorar el extravío de su muñequita predilecta. Se cuentan por millones; la
ciudad los ampara en los sitios más recónditos. Se sabe que las viejas
mendicantes callejeras se apasionan por estas reliquias. Igualmente, hay
coleccionistas que se afanan por adquirir antiguos modelos del preciado juguete
para niñas. En las noches de Buenos Aires, no es raro ver mujeres harapientas trenzarse
en lucha feroz con algún buscador de tesoros por la posesión de algún derruido
ejemplar, al que aferran con sus uñas sucias mientras del otro lado tironea con
manos enguantadas su paciente adversario, que por lo común lleva las de perder;
puesto que estas ancianas son de una raza más bien aguerrida.
Se sabe que el gremio de las ancianas
mendicantes, que reside en cuevas subterráneas de la ciudad, guarda cientos o
tal vez miles de muñequitas antiguas que custodian celosamente.
Es conocido el caso de Sinclair Buller Lyton, afamado
coleccionista londinense que visitó en los años veinte la Argentina a sólo fin
de dar con el sitio donde las mendigas supuestamente guardaban su botín de
inmemoriales juguetes. El caso es que lo encontró. En un pasadizo del
subterráneo de la línea B, se halló ante una interminable galería en la que se
apilaban muñecas de todas las épocas y modelos: egipcias y romanas, musulmanas
y húngaras. De madera, de trapo, de terracota y cera. Gerbrüders
alemanas;
Monchéris
parisinas;
Barbies
americanas.
Hasta donde llegaban sus ojos podía ver muñecas de vinilo y porcelana; de
resina o caolín. Las había hasta de barro cocido, rescatadas de alguna
antiquísima civilización mesopotámica. Y también modernísimas Blythes
casi inhallables allá en la superficie. Extasiado, nuestro hombre se inclinó
para recoger del áspero suelo una bellísima Mariquita Pérez española; pero no llegó a levantarse
jamás: decenas de belicosas viejas portando cuchillos de cocina se abalanzaron
sobre Lyton para despanzurrar
su opulenta humanidad. De su carne hicieron albóndigas; de sus fluidos
corporales diversos embutidos y no pararon hasta sus huesos, con los que
confeccionaron encantadoras muñequitas artesanales. El coleccionista pasó a ser
parte de la colección. Paradojas de la vida.
Víctor Lowenstein.
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