De gatos y poliedros
I
Lo soltaron dentro de la gran estructura
cristalina -un sólido limitado por muchos planos- para observarlo por fuera;
como se examina un insecto dentro de una campana de vidrio. Sigilosamente, el
animal trepó las laberínticas escalinatas hasta alcanzar la cúspide, que era
una pirámide desde la que se dominaba todo el laboratorio. Se preguntaron cómo
se los vería desde allí. Diminutos hombrecillos en sus uniformes blancos,
tomando notas. Ahora era el gato el que los miraba con curiosidad.
II
Como narraba Lugones en “El espejo negro”, los gatos suelen
complacerse en restregar sus cuerpos en polvo de carbón. Ello obedece a las
propiedades del carbón mineral para absorber el fluido eléctrico de estos
animales en particular. Aquí nace uno de los vínculos más misteriosos entre
gatos y poliedros, pues el felino sabe –intuitivamente- que el futuro destino
de la piedra fósil es el diamante, producto de una dilatada evolución natural,
a la que se ligan sin querer las fricaciones de los simpáticos descendientes de
Mit y Miu,
sus ancestros egipcios. No es un hecho aislado que los diamantes egipcios
abundasen en los campos de Saqqara,
Menfis o Bubastis,
donde los cementerios para gatos no fueron infrecuentes. Momificados con todos
los honores, fueron enterrados en el orden de cientos de millares; quien crea
exagerada tal cifra sírvase que consultar enciclopedias sobre el Egipto
antiguo, o el tratado The
origins of Miu and his cults, Leiden, 1947.
III
Cuando un gato observa un poliedro queda
fascinado por sus múltiples reflejos, que lo complacen en visiones innúmeras de sí mismo; o infinitas
al entendimiento gatuno. Los poliedros, en especial los regulares, que saben su
propia constitución física, comprenden el truco pero de poco les sirve; su
inmovilidad les impide lo que a cualquier criatura con habilidad motriz: verse
en el otro. Los poliedros adoran a los gatos por eso. Pues solo éstos son
capaces de amar de tal modo las reflexiones que ¡aún de noche! Le hacen rezumar
a todas las caras de una única piedra poligonal.
Víctor Lowenstein.
No hay comentarios:
Publicar un comentario