Capítulo 1: El
viaje.
- ¡Lucy,
Lucy! – Gritó mi padre aporreando la puerta de mi habitación. – Despierta,
Lucy, hay que irse. El tren sale en tres horas.
Me giré para
ver el reloj. Las seis de la mañana. Maldije de todas las formas que sé
hacerlo.
- Voy, papá.
–Dije desde la cama estirando mi cuerpo debajo de las sábanas.
-Está bien,
no tardes.
Mi padre se
alejó hacia el salón refunfuñando. No oía lo que decía pero desde luego no estaba
de buen humor. Desde que mi madre se fue estaba algo susceptible. No quería discutir,
así que me levanté, metí mis pies en las zapatillas y caminé arrastrándolos hasta
el salón, donde mi padre me tenía ya preparado el desayuno. En la mesa había
una bandeja con café, galletas y un zumo de naranjas. Retiré una silla y me dejé
caer. Me quedé un buen rato mirando un punto fijo en la pared hasta que mi
padre me interrumpió.
- Lucy. Lucy…
¡Lucy! – La voz de mi padre hizo que me asustara y diese un salto en la silla.
- Papá, no
grites. – Me quejé.
- Llevo un
buen rato llamándote. – Estaba apoyado en el marco de la puerta que lleva a la
cocina. Es un hombre tan alto que casi rozaba con su cabeza en la parte
superior.- Estás ahí, mirando a la nada. Hay mucho que hacer, Lucy.
Puse los
ojos en blanco y asentí con la cabeza. Me tomé el desayuno en silencio. Terminé,
recogí todo y fregué los platos, vasos y cubiertos de esa mañana. Una vez terminé
todo me metí en la ducha. Me duché tan
rápido como pude, no quería oír más quejas. Salí del baño y me vestí con algo
simple y cómodo, pantalón vaquero, una camiseta y unas bambas. La verdad que no
me gusta complicarme. Claramente, la moda nunca ha sido lo mío. Preparé un par
de maletas con las cosas más necesarias, el resto nos la llevaría el camión de
mudanzas en unos días. No quería imaginarme lo que sería vivir en un lugar
distinto a Madrid, yo había nacido allí. Mi padre no, él es gallego. Conoció a
mi madre cuando vino a trabajar por unos meses aquí y se enamoró de ella, así
que decidió mudarse. Tras irse mi madre, mi padre decidió volver al pueblo
donde había nacido, Foz. No quería irme. No se me da muy bien hacer amigos, de
hecho solo tenía dos, y me tenía que ir lejos de ellos. Suspiré ante la idea,
pero no tenía opción. Pensaba que cuando fuese mayor de edad encontraría
trabajo en Madrid, como mi padre, y podría regresar. Sonó el timbre y escuché a
mi padre pasar por delante de mi habitación para abrir la puerta.
- Voy. –
Gritó mi padre apresurándose a abrir.
- Hola, Martín.
Enseguida
reconocí la voz de mi amiga, Claudia. Salí corriendo hacia la puerta y la
abracé.
- Pero… ¿Qué?
¿Qué haces…? –Balbuceé entre risas sin saber que decir.
- No
pensarías irte sin despedirte, ¿verdad? – Refunfuñó Claudia.
Me pasó una
bolsa que sostenía en una de sus manos. La cogí y miré a Claudia con el ceño
fruncido.
- Es un
regalo… -Se aclaró la voz y sus ojos se volvieron vidriosos. – De despedida. –
Terminó la frase.
La abrí y en
el interior vi un peluche, que sostiene un marco de foto entre sus manos. Lo saqué
de la bolsa para verlo mejor. La foto era del último camping que hicimos
Claudia, Sergio y yo.
- Claudia,
me encanta. – Intenté no llorar, pero se me acabó escapando una lágrima. –
Gracias y, por cierto, ¿dónde está Sergio?
- Sus padres
no le han dejado venir, aún sigue castigado por los seis suspensos. – Rodó los
ojos.
- Me hubiese
gustado despedirme de él también. Dale las gracias de mi parte.
Claudia asintió
y nos dimos un último abrazo. Al final acabamos las dos llorando. Mi padre se aclaró
la garganta a modo de aviso, ya que nos estábamos excediendo de tiempo, así que
nos despedimos y me fui a terminar las maletas. Metí el nuevo peluche en una de
ellas y una vez terminadas las llevé a la puerta y me coloqué una sudadera. Faltaban
tres días para navidad y era la primera vez que pasaba las fiestas sin mi madre
y lejos de mi ciudad. Intenté no pensar en ello. Miré a mi padre mientras revisaba
que estuviese todo en orden y se acercó
a mí sin decir nada. Salimos de la casa, y fuera esperaba su amigo para
acercarnos a la estación. Entre los dos metieron todas las maletas en el coche y
yo tomé asiento en la parte de atrás, mientras que mi padre ocupó el del
copiloto. Hugo, el amigo de mi padre, no paraba de hablar. Parecía no cansarse
nunca. Estaba inmersa en mis pensamientos cuando escuché que Hugo me estaba
llamando.
- Hey, Lucy.
Te irás a vivir al pueblo donde vive tu familia. ¿Estás emocionada? ¿Nerviosa? ¿Preocupada?
¿No te da pena irte?
Siguió
haciendo preguntas, casi pisando una con otra, no sabía que se podía estar
tanto tiempo sin respirar. Resoplé deseando llegar a la estación.
- Te veo
algo tensa. – Siguió con su monólogo a pesar de que le ignoraba. – Es que acaso…
¿Dejas a tu novio aquí?
Mi padre miró
a su amigo entrecerrando los ojos. Es de los que piensa que quince años aún no
son suficientes como para tener novio. Para mi sorpresa Hugo cerró el pico.
- Gracias,
papá. – Pronuncié esas palabras con en tono burlón, a lo que Hugo me mira por
el espejo retrovisor.
- Tú tan
simpática como siempre, te pareces a tu padre.
El resto del
viaje lo hicimos en silencio. Por fin llegamos a la estación. Sacamos las
maletas del coche, mi padre y su amigo se despidieron y nos fuimos directos al
tren. Subimos, dejamos las maletas en el portaequipajes y ocupamos nuestros
asientos.
- Lucy. – El
tono de mi padre era mucho más relajado ahora y podía ver la pena en sus ojos.
- Dime,
papá.
- Tú no
quieres irte, ¿verdad? Lo he fastidiado todo, tú eres feliz aquí…
- Papá. – Le
interrumpí. – También estaré… bien allí. – Preferí omitir la palabra feliz.
- ¿Segura?
- Segura. –Asentí
con la cabeza.- Allí estaré con los abuelos y veré a la familia, hace bastante
que no la vemos. – Fingí la sonrisa porque no quería hacer sentir mal a mi
padre, se que él necesitaba irse.
- Gracias,
Lucy. – Rodeó mi cuello con su brazo y se acercó a darme un beso en la cabeza.
El viaje fue
tranquilo. Mi padre y yo éramos personas de pocas palabras así que hablamos lo
justo y necesario. Comimos en el vagón restaurante y después nos pusieron una
película bastante mala, así que cerré los ojos y el sueño me pudo.
- Cariño. –
Mi padre sacudió mi hombro, lo que me hizo despertar. – Nos bajamos en la próxima
estación.
Dije algo
que ni yo misma entendí. Bebí un poco de agua de la botella que mi padre había
comprado e intenté espabilarme. Cuando por fin llegamos a la parada cogimos las
maletas y bajamos del tren. Mi abuelo nos esperaba allí. No pasaba
desapercibido ya que era casi igual de alto que mi padre, solo que mucho más
robusto. Los años tiñeron su pelo y su barba de un color totalmente blanquecino,
dejando atrás su pelo rubio. Sus ojos azules relucían desde mi posición al lado
de la puerta del tren. Mi padre era una viva imagen de mi abuelo cuando este tenía
su edad. Yo, sin embargo no me parecía a ellos. Mi pelo negro y mis ojos de color miel eran herencia
de mi madre. Corrí a abrazarle. Hacía meses que no le veía. Me abrazó muy
fuerte, levantándome del suelo. A pesar de su edad era bastante fuerte.
- Hola,
cariño. Te he echado mucho de menos. – Me puso de nuevo en el suelo y se agachó
para darme un beso en la frente.
- Y yo a ti,
abuelo.
Mi padre le
abrazó también y mi abuelo tomó una de mis maletas. Nos dirigimos a su coche,
un viejo 4x4. Dejamos las maletas en el maletero y mi abuelo nos llevó hasta su
casa, donde nos esperaba mi abuela. El camino en coche se me hizo bastante
corto. Miré cada sitio por el que pasábamos, ya que no recordaba mucho de por allí.
Los últimos años eran mis abuelos los que se desplazaban a Madrid.
- Mira Lucy, ese
será tu nuevo instituto.
Seguí el dedo de
mi abuelo con la vista para echarle un vistazo al que sería a partir de ahora
el lugar donde pasaría cada mañana estudiando. Era bastante pequeño en
comparación con mi antiguo instituto, pero al menos podría despedirme de mi
horrible uniforme gris y no tendría que lidiar con tanta gente desconocida.
Hice una mueca de desagrado ante este último pensamiento. Estos días había tenido
tantas cosas que hacer que no había pensado en tener que conocer a la gente del
pueblo y mucho menos, a mis nuevos compañeros. Me aterraba la idea. Mi abuelo
se tuvo que dar cuenta e interrumpió mis desagradables pensamientos.
- No te agobies.
Al principio es duro, pero te acabas acostumbrando. Ya verás que en unos días
todo te parecerá mucho más fácil.
Sonreí. Pues
sabía que me veía por el retrovisor. Mi abuelo es mucho más charlatán que mi
padre, al igual que mi abuela. En eso él no se parecía a su padre, aunque yo sí
al mío. Llegamos a la puerta de la casa de mis abuelos y este tocó el claxon
dos veces. Mi abuela salió a la puerta. También tenía el cabello cubierto de
canas, solo que las de ella eran más grises que las de mi abuelo. Recogía su
melena en un moño, como había hecho siempre. Me bajé del coche y fui hasta
donde se encontraba ella para abrazarla.
- Bienvenida a tu
nuevo hogar. – Mi abuela siempre tenía una sonrisa en la cara. Era la persona
más amable que he conocido nunca.
- Gracias
abuela.
Mi padre llegó
con dos de las maletas y mi abuelo portaba la otra. Se saludaron y entramos a
la casa. Mi abuela ya había preparado la merienda. Había hecho tarta de manzana
y había preparado tres cafés para nosotros y un té para ella. Nos acomodamos en
el salón y merendamos mientras nos poníamos al día, después de tanto tiempo,
había mucho que contar. Poco a poco, entre risas y charlas se fue haciendo de
noche. Mi abuela corrió a la cocina a preparar la cena al percatarse de la hora
que era, y yo fui a ayudarla. Hacía mucho frío así que decidió hacer caldo con
verduras. Estuvimos un rato en la cocina y servimos los platos mientras mi
padre ponía la mesa y mi abuelo veía la tele con una cerveza en la mano.
Cenamos de la misma forma que habíamos merendado. Hablamos de mis estudios, del
trabajo de mi padre, de cómo les iba a mis abuelos por allí y, por supuesto, de
la marcha de mi madre. Fue cayendo más la noche y empezaba a dormirme en el
sofá.
- Niña. –La voz
de mi abuelo era grave y algo ronca, pero aún así sonaba dulce y tranquila. –
Vete a dormir ya.
Me levanté de
forma torpe, di las buenas noches y me fui al cuarto donde dormiría hasta que
mi padre encontrase una casa para nosotros. Me dejé caer en la cama y me quedé
dormida con la ropa puesta.
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