IV
Así he visto nuestra vida Ángela, a través de esos fogonazos
rapidísimos que han alumbrado, de golpe, en mi mente, años enteros. Será porque
no puedo esperar mucho, tendré que llamar en unos minutos. Y con esa sensación
extraña de ver nuestra historia como desde fuera, contada por otro en tercera
persona, como si ya estuviera cerrada, comprimida en una película que viéramos
los dos en el cine. Como unos espectadores más.
Miro tu cara, Ángela, que ha quedado de perfil hacia mi
lado, con los ojos abiertos, anclados en la ventana y te digo que me gustaría
estar así siempre contigo, mientras escribo en mi mente unos versos, como hice
muchas veces, cuando te veía llorar o dormir profundamente, como ahora, aunque
nunca llegara a escribirlos de verdad, en un papel quiero decir, pero tampoco
en tu oído con mi aliento, ¿por qué sería?
Pero estos son unos versos muy extraños y tristes. Llenos de
pena. Porque la pena ahora sí me llega y me embarga todo mi ser.
Mientras tú duermes, / yo vigilo para que nada ni nadie perturbe
tus sueños./ Espanto las aves negras que traen la tristeza / y limpio de
telarañas los rincones del firmamento, / para que siempre brille / y no
envejezca jamás.
Mientras tú duermes, / yo guardo los momentos que hemos
vivido, / envueltos en el aliento de tu sonrisa, / en el estuche sin fondo, ni
llave, / donde reposan los recuerdos felices.
Mientras tú duermes, / yo cierro puertas y ventanas, / y le
quito la pila al reloj, / para que se pare y nada se oiga / y nunca te des
cuenta / de que ya no te despertarás jamás.
Ni verás las inagotables lágrimas / que escriben tu nombre/
en la misma almohada / donde, hasta hoy, / se trenzaban nuestras vidas.
Colaboración de: Francisco Rodríguez Tejedor.
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