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jueves, 20 de octubre de 2016

Relato: Mi lucha (capítulo II)


Descubrí que los sentimientos de un vampiro son mucho más acusados. Se me instaló un dolor en el pecho que me ahogaba. El hambre no tardó en llegar y tuve que dejar a un lado mis pensamientos hacia Catania, el ser que más había amado y del que ahora solo deseaba la muerte.
Había visto muchas veces alimentarse a Catania, pensaba que con mi instinto y lo que sabía sería suficiente, y sin pensarlo demasiado me lancé a la caza.
Elegí a una muchacha delgada, aún no estaba seguro de la fuerza que poseía. Me acerqué a ella e intenté entablar una conversación, así lo hacía ella, los embelesaba con sus palabras y después se alimentaba de ellos. En su cara vi terror cuando me aproximé a saludarla, la muchacha echó a correr y yo desconcertado fui tras ella, la tiré al suelo y la mordí el cuello. No me dio tiempo a beber más que un sorbo, la había matado en el acto. Había leído que los vampiros no pueden alimentarse de la sangre de un humano ya fallecido, era cierto, en cuanto su corazón se apagó el sabor de su sangre me produjo una arcada que me hizo vomitar.
Intenté averiguar que había sucedido. Seguía cometiendo los mismos errores e iba matando gente sin conseguir beber ni una gota. Me paré a analizar cada paso que daba; tenía claro que el problema era que yo les daba miedo y ahí todo se truncaba, sus ganas de huir y mis ansias de comer.
Analicé la mente de mi siguiente víctima y me vi a través de sus ojos. Mi pelo largo negro y mi sombrero le causó una sensación agradable, la belleza de mi rostro hizo que se sonrojara. En un instante todo cambió, su cara se desencajaba ante el cambio del color de mis ojos, la aparición de mis colmillos y la maldad de mi rostro; en él, las venas se marcaban convirtiendo mi belleza en algo monstruoso. Recordé como Catania controlaba aquel cambio. Cuando estábamos juntos muchas veces su ansia por mí le hacia perder el control. El color de sus ojos se volvía entre amarillo y rojo, como si el fuego los prendiese, aparecían sus colmillos y en su rostro se adivinaba un cambio que ella siempre lograba revertir antes de que se produjese por completo. Para mí seguía siendo igual de bella.
Tenía que aprender a controlar ese cambio u ocultarlo. Víctima tras víctima todo fue mejorando; cuando notaba mis colmillos salir, me giraba y las cogía desde atrás, abrazándolas tiernamente para terminar saboreando su cuello suavemente. Y así, tras noches sin comer, conseguí aprender a cazar.
Con las fuerzas recuperadas, el sufrimiento por todo lo que estaba viviendo volvió a clavarse en mi corazón. Estaba solo. Catania me había condenado. Un único pensamiento bullía dentro de mí, la encontraría y acabaría con su vida.

Continuará…


Mi Pluma LMC

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