Caminaba descalza, sin fuerza. No tomé un camino de rosas, si no que estaba lleno de piedras con las que tropezaba una y otra vez. Un camino por el cual me perdí en varias ocasiones. La oscuridad se apoderó de él, hacía tiempo que no salía el sol, dejando libertad a una tormenta que parecía no terminar nunca. Quise rendirme, pero algo me decía que no lo hiciese. Fue entonces cuando vi una luz y luché hasta llegar a ella. Y allí estaba. Una luz preciosa, llena de fuerza, que me ha ido guiando poco a poco y ha evitado que vuelva a caer. La que me lleva por la dirección correcta y nunca me abandona. Allí estaba él, con su sonrisa, tendiéndome la mano, la cual no soltaré hasta llegar al final de nuestro camino.
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