Quiero dormir tranquilo, pero no puedo porque una voz me lo impide.
Una voz que me habla veinticuatro horas al día, trescientos sesenta y
cinco días al año, todos los años de mi vida. Una voz que me susurra los
secretos que todos anhelan y que nadie conoce. Me habla de la misma
esencia de la vida y de la muerte. Me cuenta del pasado, me explica del
presente y me dicta los designios del futuro.
Una voz que me
atormenta y me ordena mi futuro, un susurro que me expresa el porque yo
vine al mundo y cuál es mi destino en toda esta obra de teatro. Pero no
deseo escucharla, no quiero creer lo que me grita, pues sus palabras son
tristes y fúnebres. Un susurro que me habla claramente de que mi
destino es poner fin a este mundo, acabar con todas las personas, poner
fin a la propia existencia…
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