En mis manos tengo el corazón de innumerables doncellas. ¿Qué hago con ellos? Me pregunto. Los desecho, los retuerzo y estrangulo, los utilizo hasta secarlos o los guardo como el mayor de los tesoros. No puedo decidir pues yo no poseo corazón alguno. El mío hace mucho que lo regale y no me arrepiento de ello. A quien se lo entregue mercadora fue y es. Ella es su dueña y que haga lo que quiera con él. No sé si con el tiempo florecerá de nuevo en mi oscuro pecho, o quedara solo un paramo desértico. No quiero que me regalen corazones pues yo no tengo ni quiero. Quizás mañana el perfume de los jardines retorne a mi pecho pero por ahora solo la arena puede regar sus dones.
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