-Shail, el
exiliado es humano, ¿crees que nos dirá la verdad sobre su pueblo? – Preguntó
Drah.
- Joven
Drah, los seres no son fieles a sus raíces por el mero hecho de provenir de
ellas, hay más cosas que hacen que seas fiel. – Respondió el abuelo.
- Shail, no
lo comprendo.
- Drah… -
Los ojos de su abuelo mostraban el orgullo que sentía ante la curiosidad del
joven. – Supongamos que a ti te apartan de tu familia, te llevan a muchas
estrellas de aquí, te abandonan con otras criaturas que desconoces y se olvidan
de ti. ¿Crees que seguirás siendo fiel a aquellos que destruyen tu existencia?
– El abuelo escrutaba el rostro del joven mientras este pensaba.
- No lo sé.
– Respondió Drah.
- Piénsalo
mientras llegamos a la casa del exiliado, no necesito respuesta, solo tú debes
conocerla.
Continuaron
caminando, ya podía verse la diminuta edificación al lado del muro. La casa del
exiliado se encontraba al final del claro donde todo el asentamiento se
deshacía de las inmundicias. Construida con los mismos desechos sobre los que
se encontraba, apenas se mantenía de pie. El exiliado la había levantado poco
después de su llegada, alrededor de dos años atrás. Al principio los seres del
cielo lo atendían, le traían alimento y ropa, hasta que un día dejaron de hacerlo.
El poblado comenzó dándole algo para que viviera, pero con el tiempo el
exiliado había comenzado a trabajar arreglando pozos y demás por comida y vestimenta.
Todo el pueblo conocía su historia, su verdadero nombre, pero seguían
llamándole el exiliado.
Al llegar a
la puerta el abuelo de Drah alzó la voz y comenzó a decir:
-Exiliado,
hemos acudido a ti en busca de sabiduría.
- ¿Exiliado?
¿Cuándo aprenderás a llamarme por mi nombre, sabio anciano? – Respondió una voz
desde el interior de la casa. – Nicolai, ese es mi nombre. – Dijo el hombre
mientras salía al exterior.
Nicolai era
un ser del cielo al cual sus hermanos habían expulsado y recluido en aquel
asentamiento. Al principio se había mostrado arrogante y distante con el pueblo
de Ishnar, pero finalmente había comenzado a formar parte de él.
-¿Qué os
trae por aquí, anciano? – Preguntó.
- Mi nieto,
Drah, sabe algunas cosas que necesitan respuestas. Cosas que solo tú sabes y
que quizás te interesen saber.
- Pasad,
hablemos dentro. – Nicolai se apartó de la puerta para permitir la entrada de
los visitantes.
El interior
de la choza estaba prácticamente vacía, a excepción de algunos mugrientos
cojines sobre una deshilachada alfombra, un simple jergón de musgos y una
destartalada mesa. El exiliado tomó asiento en uno de los cojines e invitó a
sus visitantes a hacer lo mismo.
- ¿Queréis
un poco de agua? Perdonad que no os ofrezca más, pero se terminó la leche ayer.
– Ofreció Nicolai al anciano y al joven.
- Os lo
agradecemos, pero no es necesario. – El anciano reclinó el ofrecimiento. – El
asunto que nos trae es importante y creemos que solo tú sabes las respuestas de
su significado.
- Decidme
Anciano, si puedo os ayudaré.
- Verás, mi
nieto, aquí presente, por casualidad escuchó una conversación de los hombres del
cielo. – Nicolai disimuló su sonrisa al oír aquella forma de llamar a los
agentes de Noxtromo. – Resulta que han apagado los ojos y truenos. Han hablado
de que todos moriríamos.
- Es lógico,
anciano. Vuestro sol está muriendo. Vuestra estrella es una gigante roja a
punto de explotar. –Se limitó a responder Nicolai.
- Si el sol
explota llegará la noche y las plantas morirán, después los animales y por
último nosotros. ¿Es eso lo que intentas explicarnos? – Preguntó el abuelo de
Drah.
- No, si
explota quemará este mundo, todo será cenizas. Lamento tener que ser yo quien
os diga esto, pero vuestra raza está condenada. Noxtromo no hará nada por
salvaros, no le servís para nada sin vuestro planeta. – Nicolai se levantó y
sirvió tres cuencos de agua. – Bebed un poco, sé que es difícil tragar esta
noticia.
- Disculpad,
deberíamos marcharnos. – Dijo el anciano levantándose también.
- Aguardad,
buen hombre. – Lo retuvo Nicolai. – Habéis dicho que vuestro nieto oyó por
casualidad la conversación y sabe que ojos y truenos están apagados. – Nicolai
miraba directamente al joven Drah. - ¿Tienes el don, joven?
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