- Capitán,
las alarmas han vuelto a saltar en el área "G" de confinamiento. - Interrumpió
el cabo.
- ¿Se ve algo
en los monitores? - Preguntó el capitán alzando la vista de los informes que se
agolpaban en su mesa.
- No, todo
parece estar tranquilo. Las dos unidades destinadas al perímetro han realizado un barrido y no han hallado
nada extraño. Esta es la novena vez que saltan esta semana. - Concluyó el cabo.
- Las
radiaciones deben de estar estropeando los circuitos mas rápido de lo que creíamos.
- Reflexiono el capitán en voz alta para sí mismo.
- ¿Mando
orden de que los reactiven? ¿Solicito a central un ingeniero? - Se limitó a
preguntar el cabo pasando de la reflexión de su superior.
- No. Que
los desactiven definitivamente. Total, solo nos quedaremos unos días mas en
este planeta marchito. En cuanto terminen de extraer la veta madre y de
cargarla, nos marcharemos. Ya puede explotar la estrella y carbonizar esta
gigantesca roca y sus habitantes. - Terminó de decir el capitán volviendo a sus
informes.
- Señor, ¿no
cabría la posibilidad de salvarlos? Quiero decir, que si no podríamos… - El
cabo se interrumpió al ver la mirada fulminante que le dirigía el capitán. - A
la orden señor. Se hará como ha ordenado.
- Volved a
la base y apagad todas las alarmas. Esos desgraciados van a morir de todas
formas. - Sonó la voz del cabo por la radio.
- Ya habéis oído
las órdenes. Volved a los vehículos, volvemos a la base. - Se limitó a ordenar
el jefe de unidad.
Los seis
soldados armados volvieron al vehículo y se alejaron de la zona rápidamente.
Drah, que había permanecido oculto junto a unos secos helechos, se levantó lentamente
y aguardó a ver que las cámaras se apagaban antes de que su piel volviese a
tomar su tono azulado natural.
Eran pocos
los que en su raza poseían la capacidad de mimetización. Casi todos habían sido
asesinados cuando los seres del cielo llegaron, pero desde hace poco parecían
no prestar cuenta de ello. Hacía poco que había despertado su don y menos aun
que lo controlaba, gracias a ello había estado saliendo los últimos días a
pasear por los exteriores. Disfrutaba de aquellos paseos fuera de las murallas,
sin cámaras ni ojos que lo observaran todo el día.
Pero en ese
momento no disfrutaría de uno de sus paseos. Había escuchado lo que decían por
radio y debía de comunicárselo a su pueblo, acababa de escuchar que todos morirían.
Tras comprobar
una vez más que nadie lo observaba y de que las cámaras permanecían apagadas,
se encaramó al muro y volvió a saltarlo hacia adentro. Su pueblo corría peligro
y él era el único que había escuchado aquello.
La casa de
sus antepasados se hallaba en el centro, una edificación de cuatro plantas que
destacaba sobre las demás por altura y belleza, ya que las demás consistían en
rústicas cabañas de una o dos plantas a lo sumo.
La gente
miraba sorprendida a Drah, era raro ver a alguien con prisas desde la llegada
de los seres del cielo. Las puertas y ventanas surcaban la vista del joven sin
que tan siquiera prestase atención a los rostros que lo miraban perplejos. El
joven solo mantenía en la mente la idea de llegar cuanto antes a casa para
poder comunicárselo a su abuelo, uno de los varones sabios del asentamiento y
uno de los pocos que habían conocido los años felices de antes de la llegada de
los humanos.
Drah entró
con prisas por el arco sin puerta de la entrada y, subiendo los escalones de
tres en tres, se dirigió a la biblioteca de la tercera planta, sabía que su
abuelo se encontraría allí estudiando los textos antiguos.
Sobre una
losa de piedra, apoyada en tocones de blanca madera, descansaban varios rollos de
piel escrita que su abuelo ojeaba. Este, al ver entrar a su nieto a la carrera,
levantó la vista y con una amplia sonrisa en el rostro preguntó:
- ¿Dónde acudes
tan presto joven Drah? El tiempo es continuo y por mas prisa que te des jamás podrás
ir a más velocidad.
- Shail. - Respondió
el joven utilizando el término con respeto para dirigirse a su abuelo. - Traigo
un mensaje. Algo que escuché a los seres del cielo hace un rato en el exterior
,mientras… - El abuelo del joven le hizo callar con tan solo un gesto de la
mano.
- ¿Has
vuelto a salir? Te he contado más veces que estrellas hay en los cielos lo que
esas criaturas les hicieron a los que son como tú. Primero les robaron la
esencia de sus cuerpos para otorgárselas a sus máquinas, y los que tuvieron más
suerte murieron con su esencia intacta. ¿Quieres que te descubran? ¿Que sus
miedos hagan que te maten? ¿Tan poco aprecias la vida que Ishnar tuvo a bien
prestarte? - La voz del abuelo se había ido endureciendo a medida que hablaba.
- No, el Dios
Ishnar fue generoso al prestarme este tiempo. - Respondió Drah mientras bajaba
la cabeza abochornado.
- Esta bien,
dame el mensaje que traes. - Volvió a pronunciarse el abuelo satisfecho del
arrepentimiento que mostraba el joven. Todos habían sido jóvenes e impetuosos y
sabía que volvería a repetirse, pero él debía, al igual que el resto de sabios,
corregir la inconsciencia de la juventud. - Habla, ya que traías tanta prisa.
- Shail,
tras saltar el muro aguardé a los vigías como siempre hago pero esta vez fue
distinto. Hoy no me buscaron, simplemente miraron y se marcharon tras decir que
todos moriríamos. - La angustia se reflejaba en el rostro del muchacho.
- Una gran
verdad es esa que has oído. Todos moriremos, incluso tú y yo o cualquier otra
criatura cuando termine el préstamo que Ishnar nos concede al nacer. Puedes
marcharte si eso era lo que te preocupaba. - Le despidió el abuelo con un gesto
de la mano, volviendo a bajar la vista a los textos.
- Shail, no
es eso, han apagado los ojos. - La curiosidad asomó al rostro del anciano,
invitando a Drah a seguir hablando. - Los truenos y todo lo demás, todo está
apagado. Es como si no les interesásemos.
- Entiendo.
- Se limitó a responder el abuelo mientras enrollaba el trozo de piel escrita.
- Es extraño, muy extraño, mas hay una persona que puede explicarnos lo que
sucede. El exiliado nos dará las respuestas que precisamos.
Drah y su
abuelo comenzaron a descender lentamente las escaleras, les llevaría un rato
llegar a la casucha en la que vivía el exiliado cerca del muro exterior norte
del recinto.
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